| Como homenaje a 
        Adolfo Bioy Casares En referencia a 'La invención de Morel':
 “He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he 
        releido;
 no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla 
        de perfecta”.
 Jorge Luis Borges
   IntroducciónEl presente artículo 
        se ocupa de la novela de Adolfo Bioy Casares La invención 
        de Morel (1949) novela fundacional de la literatura de anticipación, 
        en la que a través de la ficción científica, policíaca 
        y amatoria, concurren los tópicos del ingenio técnico, la 
        reduplicación de la vida, los periplos de inmortalidad, los archivos 
        de imágenes, los simulacros y finalmente los hologramas, alumbrando 
        el estatuto ontológico de las imágenes en la nueva ecología 
        de medios, cuestiones problematizadas por teóricos de la imagen 
        como Jean Baudrillard, Paul Virilio o Susan Sontag. Dando lugar, finalmente, 
        a una reflexión en torno al complejo paso de lo real a lo virtual 
        en el cual el mundo de las imágenes amenaza por suplantar al mundo 
        real. 1.
 En 
        su mítica novela (1) 
        publicada en 1940, Adolfo Bioy Casares narra la aventura de un prófugo 
        que se oculta en una isla aparentemente desierta –asolada por extrañas 
        enfermedades (2) 
        – en la que, sin embargo, descubre una forma peculiar de 
        vida: la de un conjunto de personas cuya actividad a lo largo de un período 
        limitado de tiempo es "proyectada" una y otra vez por una máquina 
        alimentada por la energía de las mareas.
 La invención 
        de Morel es una ficción científica, policíaca 
        y amatoria. Haciendo uso de una geometría implacable que pone en 
        juego hipótesis que se van descartando analíticamente; la 
        isla desierta, poblada de imágenes, en la que el narrador de la 
        ficción se confina, se convierte en la prisión amorosa, 
        en el paisaje filosófico ideal donde se asienta el amor, libre 
        del mundo, entregado a sí mismo: isla de libertad, pero también 
        isla interior, donde la pasión se va anudando a la mirada. La obra se puede 
        leer tanto como una fábula de amor trágico, como una arriesgada 
        especulación sobre la relación entre el mundo real y el 
        de las imágenes.  Bioy Casares 
        a través de esta máquina –que se alimenta a través 
        de turbinas conectadas con las mareas– capaz de reproducir todos 
        los sentidos juntos, pone en juego una de las hipótesis más 
        sugerentes de toda la ciencia ficción, la coincidencia, en un mismo 
        espacio, de un objeto y su imagen total. Este hecho sugiere la posibilidad 
        de que el mundo esté constituido, exclusivamente, por sensaciones. 
        Para ello realiza un trazado elíptico de la isla y el museo, así 
        como una radiografía espectral de los personajes proyectados, para 
        concluir en una delirante y anticipatoria reflexión sobre la realidad 
        virtual y los simulacros, anticipando las preocupaciones de Jean Baudrillard 
         (3) y Paul Virilio –entre 
        otros teóricos de la imagen– en torno a los periplos de inmortalidad 
        y la estética de la desaparición (4). 
        La fotografía, como la caracterizara Susan Sontag (5), 
        es un modo de certificar la experiencia o de convertirla en colección. 
        Pareciera que la fotografía quiere jugar este juego vertiginoso, 
        liberar a lo real de su principio de realidad, liberar al otro del principio 
        de identidad y arrojarlo a la extrañeza.  El carácter 
        anticipatorio de La invención de Morel se hace 
        evidente si se considera que Denis Gabor (6) 
        se planteó la posibilidad de utilizar los hologramas para reconstruir 
        la imagen del objeto original sólo siete años después 
        de que Bioy Casares publicó su novela. Este eco literario que comporta 
        el concepto de holograma es también referido en Hombre 
        mirando al sudeste (7) , filme tributario 
        a la imaginería de Bioy Casares. La vida "real", 
        una vez duplicada por la máquina, comienza a perder densidad ontológica, 
        hasta que su peso de realidad es igual a cero, mientras que las proyecciones 
        cobran vida propia asumiendo un extraño estatuto de realidad en 
        relación a la cual el prófugo define sus expectativas; éste, 
        finalmente, decide duplicarse y "editarse" dentro de la proyección 
        eterna. Se trata de una 
        invención ciertamente ingeniosa, no sólo por su diseño 
        y eficiencia técnica para proyectar eternamente imágenes 
        que duplican a seres reales, sino porque al decir de su creador ha permitido 
        perpetuar "una buena semana" compartida por un grupo de amigos. 
        El narrador en un minucioso y sistemático ejercicio nos relata 
        su huida y naufragio. Su actual condición de asilado, de fugitivo 
        en una persecución donde múltiples – aunque difusas– 
        fuerzas de represión lo asedian. Es acorralado por las aduanas, 
        por los documentos tenaces, por las redes de verdugos que entretejen las 
        policías del mundo, por las leyes de una libertad condicionada 
        a los retratos sellados que cubren los pasaportes bajo firmas filisteas 
        de repúblicas tiranas. Acorralado también por una búsqueda 
        infinita de paraísos en una isla utópica de eterna primavera 
        y soledad pausada.
 El narrador desembarca 
        en una isla hacia la que lo ha conducido su destino de perseguido. Encuentra 
        un paraíso cuyo espacio ha sido alterado levemente por unas extrañas 
        construcciones de orden misteriosamente ceremonial: un museo, una capilla 
        y una pileta de natación (8). 
        Los 'edificios' de Morel ostentan el orgullo de su gratuidad, exaltan 
        su imaginación y pretenden su inmortalidad. Morel pretende perpetuar 
        una semana de felicidad ociosa. La isla de Morel 
        es un espacio sagrado donde se ha construido la utopía de la eternidad. 
        La eternidad que Morel sugiere ha encontrado su espacio y su proyección 
        pero le faltaba la mirada. La mirada recrea la utopía y confirma 
        su existencia en las palabras del manuscrito que la revela. Sin la narración, 
        la isla sería una utopía sin memoria, un espacio mutilado, 
        un espacio sin ritual, un espacio invisible. El narrador es el testigo 
        de la creación, es el espectador ante quien se proyectan las imágenes. 
         La isla lo enfrenta 
        a una naturaleza alterada por duplicaciones, a una naturaleza que desdobla 
        los soles y refleja dos lunas, que yuxtapone extrañamente veranos 
        y primaveras y reúne peces descompuestos y peces de adorno del 
        acuario, que calcina los árboles o les da un verdor eterno. Las 
        mareas adelantan el verano e inundan las playas que lo albergan y producen 
        figuras en un espacio antes alterado sólo por los edificios. A 
        la persecución de la naturaleza se añade la persecución 
        de los “intrusos” que asedian al autor del manuscrito. El asedio lo 
        mantiene vivo, aunque siempre se aproxime a su muerte. Todo ese laborioso 
        aparato refleja una construcción que se habrá de llamar 
        'Defensa ante sobrevivientes' o Elogio a 'Malthus' (9), 
        para demostrar que “el mundo [...] es un infierno unánime 
        para los perseguidos” (10). 
        Ese manuscrito que ha llegado a ser una necesidad fundamental para el 
        narrador se postula como espejo de una vida que por la palabra habrá 
        de sacar a su creador del caos al que lo precipita la persecución, 
        pero, que en realidad es el reflejo escrito del universo construido por 
        Morel. Así a la duplicación de fenómenos naturales, 
        a la coincidencia de vida y muerte que se alían imperturbables, 
        se responde con la duplicación del paraíso desdoblado en 
        el laberinto y abismo de la escritura. El narrador se 
        encuentra perplejo al oírse interminablemente escoltado por expansivos 
        ecos, reduplicando su soledad. “Hay nueve cámaras iguales; 
        otras cinco en un sótano más bajo[...]” (11) 
        La multiplicación de cámaras simétricas 
        reproduce multiplicado el sonido en un edificio destinado a almacenar 
        la vida en el recuerdo fotografiado. Y el manuscrito del narrador asegura 
        que las líneas que en él escribe "permanecerán 
        invariables". El recuerdo se guardará en la fotografía 
        y en el libro. La fotografía recogerá los instantes y los 
        repetirá también “invariablemente” en la imagen 
        reiterada que durante ocho días captó la vida y le devolvió 
        su cuerpo (12) a la memoria. 
        El manuscrito recoge la memoria del naufragio y repite de nuevo los mismos 
        días transcritos por la palabra. Sonido e imagen se sintetizan 
        en la palabra escrita formando el tercer cuerpo de la memoria. Esta superposición 
        de memorias recogidas por los diversos métodos señalados 
        asegura la inmortalidad aparente de un eterno retorno de las imágenes 
        a las que Morel pretendió conservar la vida sin advertir, como 
        el narrador, “que perdemos la inmortalidad porque la resistencia 
        a la muerte no ha evolucionado; sus perfeccionamientos insisten en la 
        primera idea rudimentaria: retener vivo todo el cuerpo”.  Morel ha logrado 
        mediante su invento una imagen holográfica perfecta que engaña 
        a los sentidos; los sentidos son conservados en la imagen, pero los cuerpos 
        que se ofrecieron sin saberlo ante el obturador sacrificial de la cámara 
        son calcinados en este extraño holocausto, un paroxista ritual 
        de inmortalidad.  Descifrar el 
        enigma es destruir el laberinto, penetrar, siguiendo paso a paso ciertas 
        claves en su secreto y descubrirlo, es advertir que la civilización 
        tecnológica le ha prestado a Morel, el constructor de los edificios, 
        un recurso de eternidad. Inventando la inmortalidad de las imágenes 
        mediante el artificio cinematográfico perfeccionado, Morel le devuelve 
        al cuerpo una realidad que se reiterará indefinidamente en un reflejo 
        polivalente de espejos. Morel ha fotografiado la vida y la ha conservado 
        en una isla desierta y el flujo y reflujo de las mareas asegura su perfecta 
        conservación. El genio de Morel erige un monumento, un museo en 
        el que vivirán eternamente algunos hombres y mujeres repitiendo 
        eternamente sus mismas voces, sus mismos gestos, sus mismos olores, sus 
        mismas miradas, en un simulacro donde la única inmortalidad posible 
        es la de las imágenes en el celuloide. Morel ha retenido todos 
        los utensilios de la humanidad y los ha encerrado en un inmenso sarcófago, 
        reproductor incansable de la misma gesticulación, del ademán 
        patético, mero simulacro que recrea la precaria realidad del mundo.  2.
Bioy Casares 
        considera al texto como un homenaje al cine; homenaje, pero de aquellos 
        que exaltan y cuestionan: en la nueva ecología de medios que el 
        narrador describe, y que no ha hecho más que intensificarse desde 
        la publicación de la novela, el mundo de las imágenes termina 
        por cuestionar y suplantar al mundo real. La fascinación por la 
        tecnología y la seducción de las imágenes devoran 
        al narrador. Seducción y muerte: sugiere la novela, la tecnología 
        y los medios de masa al individuo, ambivalentes promesas de modernidad 
        para sociedades periféricas. La certeza acerca 
        de la realidad de los veraneantes irá siendo minada. Los hechos 
        extraños que ocurren en torno a ellos dan pie a la duda: por un 
        lado, son capaces de hacerse 'bruscamente presentes'; por otro, parecen 
        no oír, ni ver, ni darse cuenta de la presencia del narrador. Además, 
        sus palabras y movimientos se repiten de manera exacta cada ocho días. 
        El narrador acumula pruebas que indican que su relación con ellos 
        es como una entre 'seres en distintos planos'. Sospecha incluso que son 
        de otra naturaleza. Los intrusos 
        aparecen de repente en la órbita visual del narrador y son, como 
        “héroes del esnobismo” o “pensionistas de un 
        manicomio”; sus apariciones inesperadas ponen en peligro su vida. 
        “Sin espectadores –o soy el público previsto desde 
        el comienzo– para ser originales cruzan el límite de incomodidad 
        insoportable, desafían la muerte. Esto es verídico, no una 
        invención de mi rencor [...]” (13) 
        En los ojos del narrador se ha proyectado la memoria de Morel y su propia 
        memoria de perseguido refleja sus movimientos interiores proyectándolos 
        a su vez sobre los seres extraordinarios que parecen desafiar a la muerte 
        y que en realidad viven en un verano ajeno al de la isla, es el verano 
        de la fotografía del recuerdo, el verano de la memoria mecánica 
        y enajenada. La memoria del narrador empieza a transformarse y yuxtapone 
        el recuerdo del perseguido a la imagen del fantasma: “No sé, 
        todavía, si contaban, efectivamente cuentos de fantasmas, o si 
        los fantasmas aparecieron en la frase para anunciar que había ocurrido 
        algo extraño (mi aparición)” (14). 
        Al jugar con el doble sentido de aparición que es apariencia pero 
        también fantasma, el narrador se desdobla en el que mira a los 
        fantasmas o apariciones (las imágenes de Morel) que lo persiguen 
        y en el perseguidor del fantasma de Faustine. La mirada del narrador abarca 
        a Faustine, pero la de ella prescinde de él “como si yo fuera 
        invisible” (15). El 
        cuerpo invisible de la joven proyectada como fantasma por la máquina 
        de Morel vuelve invisible al narrador en el espejo de la memoria enajenada 
         (16). La memoria que entra 
        por los ojos, esa memoria que ha visto una mirada “aumentando el 
        mundo” convertirá en imagen al narrador y al convertirlo 
        en imagen desaparecerá su cuerpo quedando sólo su “aparición”, 
        su “fantasma”, será invisible. Bioy Casares ha logrado 
        encontrar una simbología nueva para cristalizar el viejo mito amoroso; 
        el arquetipo platónico se inserta en una nueva forma de enunciar 
        la metáfora “fabricada a imagen de las criaturas del tiempo” 
        que el cinematógrafo ha preservado en su eternidad precaria. Cuando el narrador 
        inserta en la narración las páginas explicativas de Morel 
        en torno a su invención, queda claro que los veraneantes son 'imágenes 
        fotográficas', o mejor, hologramas tridimensionales. La tecnología 
        es figurada como un artefacto capaz de dar muerte al individuo, y luego, 
        de resucitarlo artificialmente y eternizarlo en su archivo de simulacros: 
        por su fantasía sentimental de querer estar eternamente junto a 
        una mujer que lo desdeña (17), 
        Morel hace que Faustine y sus amigos mueran, y él muere con ellos. 
        Esta proyección no sólo se extiende a los personajes sino 
        al museo, a la piscina y a la capilla: un simulacro de realidad que amenaza 
        las nociones mismas de 'identidad' y 'realidad' del narrador. De la mano 
        de la tecnología, los medios de masa se irán apoderando 
        del narrador. La novela relaciona 
        los medios de masa con la idea del archivo, y a ambos con la muerte y 
        el más allá. Para Virilio el cine es, en el siglo 
        XX, una industria fantasmal “en busca de nuevos vectores en el más 
        allá”. La fotografía y el cine son archivos cuyo tema 
        central es la supervivencia de los muertos. La invención 
        de Morel enfoca su reflexión en estos archivos que no 
        sólo contrarrestan ausencias, sino que las retienen. Gracias a 
        la imagen fotográfica, lo que ya no está más persiste 
        de algún modo. El narrador cree avizorar un futuro en que, gracias 
        a aparatos más complejos, la vida será sólo 'un depósito 
        de la muerte'. En otras palabras, la novela sugiere que la vida existirá 
        para que exista el simulacro. No sólo eso: a la larga, no será 
        posible diferenciar lo real de su simulacro: “Ignoro cuáles 
        son las moscas verdaderas y las artificiales”, dice el narrador, 
        anticipando la obra de Philip K. Dick ¿Sueñan los Androides 
        con Ovejas Eléctricas? (1968). La novela da 
        un paso más en su reflexión y cuando Morel sugiere que el 
        archivo de imágenes y voces guarda un paralelismo con el destino 
        de los hombres, cuestiona la noción de la realidad: “¿En 
        dónde yacemos, como un disco de músicas inauditas, hasta 
        que Dios nos manda nacer?” (18). 
        El narrador, desde coordenadas kantianas alude a los límites del 
        conocimiento y las condiciones de posibilidad de la experiencia, poniendo 
        en cuestión la noción misma de identidad : “El hecho 
        de que no podamos comprender nada fuera del tiempo y del espacio, tal 
        vez esté sugiriendo que nuestra vida no sea apreciablemente distinta 
        de la sobrevivencia a obtenerse con este aparato” (19). 
        El espectáculo del eterno retorno de Faustine y sus amigos, le 
        hace ver al narrador que su vida es “irreparablemente casual”. 
        Rodeado de simulacros, él también se considera como ellos. En este paraíso 
        artificial, ¿qué le queda al narrador? Enamorado de un fantasma, 
        de una mujer muerta, no le queda otra cosa, para estar junto a ella, que 
        dejarse devorar por la pantalla y transformarse él mismo en simulacro. 
        Con su seducción y muerte, y con su ingreso a la eternidad del 
        archivo, la hegemonía de una nueva ecología de medios en 
        la isla es completa. El triunfo de la ilusión del narrador es el 
        fin de cualquier intento de escapar al triunfo final de la tecnología. Notas:  (1) 
        BIOY CASARES, Adolfo, La invención de Morel, Alianza editorial, 
        Madrid, 3ª edición, 1981.
 (2) 
        Ibid
  
        (3) VASQUEZ ROCCA, Adolfo, 
        “Baudrillard; alteridad, seducción y simulacro”, En 
        Revista Observaciones Filosóficas Nº 1 / 2005 http://www.observacionesfilosoficas.net/alteridad.html
 (4) VIRILIO, Paul, Estética 
        de la desaparición, Editorial Anagrama, Colección Argumentos, 
        Barcelona, 1998.
 
 (5) SONTAG, Susan, On photography, 
        Penguin Books, London, 1979
 
 (6)  
        Dennis Gabor, Físico húngaro, precursor de la holografía 
        (1947), recibió por esto el Premio Nobel de Física en 1971. 
        La invención se perfeccionó años más tarde 
        con el desarrollo del láser, pues los hologramas de Gabor eran 
        muy primitivos a causa de las precarias fuentes luz disponibles en su 
        tiempo. Originalmente, Gabor sólo quería encontrar una manera 
        para mejorar la resolución y definición de las imágenes 
        del microscopio electrónico. Llamó a este proceso holografía, 
        del griego "holos", que significa completo, ya que los hologramas 
        mostraban un objeto completamente y no sólo una perspectiva. En 
        realidad, los primeros hologramas que verdaderamente representaban un 
        objeto tridimensional bien definido, fueron hechos por Emmett Leith y 
        Juris Upatnieks en Estados Unidos en 1963 y por Yuri Denisyuk en la Unión 
        Soviética.
 
 (7) “Hombre mirando 
        al sudeste”, Dirigida por Elíseo Subiela, realizada en 1986 
        por la productora Cinequanon, 105 minutos; estrenada el 2 de abril de 
        1987, en el cine Monumental (Buenos Aires, Argentina).
 
 (8) BIOY CASARES, Adolfo, 
        La invención de Morel, Alianza editorial, Madrid, 3ª edición, 
        1981, p. 14
 
 (9) Thomas Robert Malthus, 
        economista inglés, precursor de la Demografía, conocido 
        principalmente por su Ensayo sobre la población (1798), en el que 
        expone el principio según el cual la población humana crece 
        en progresión geométrica, mientras que los medios de subsistencia 
        lo hacen en progresión aritmética. Así, llegará 
        un punto en el que la población no encontrará recursos suficientes 
        para su subsistencia (catástrofe malthusiana). Además, según 
        Malthus, los recursos para la vida están limitados y, cuando se 
        hayan agotado, la vida humana desaparecerá.
 
 (10) BIOY CASARES, Adolfo, 
        La invención de Morel, Alianza editorial, Madrid, 3ª edición, 
        1981, p. 14
 
 (11) 
         
        BIOY CASARES, Adolfo, La invención de Morel, Alianza editorial, 
        Madrid, 3ª edición, 1981, pp. 30-31
 
 (12) BIOY CASARES, Adolfo, 
        La invención de Morel, Alianza editorial, Madrid, 3ª edición, 
        1981, p. 25
 
 (13) 
        BIOY CASARES, Adolfo, La invención de Morel, Alianza editorial, 
        Madrid, 1981.p. 39.
 
 (14) Ibid pp. 59-60
 
 (15) BIOY CASARES, Adolfo, 
        La invención de Morel, Emecé editores, Buenos Aires, p. 
        43
 
 (16) Uno de los antecedentes 
        argentinos de La invención de Morel es “El vampiro”, 
        de Horacio Quiroga. Un hombre se enamora de una estrella de cine y logra 
        materializar su cuerpo. El fantasma corporificado de la actriz se convierte 
        en el vampiro que extermina a su creador. En este sentido es interesante 
        relacionar a los vampiros y a los espejos. Los espejos se ciegan para 
        los vampiros pues nunca reflejan la imagen: son como Faustine que mira 
        ciega al narrador.
 
 (17) Sin embargo, la mujer 
        no tiene ninguna posibilidad de ignorarlo significativamente.
 
 (18) BIOY CASARES, Adolfo, 
        La invención de Morel, Emecé editores, Buenos Aires, pp. 
        122 a 126
 
 (19) BIOY CASARES, Adolfo, 
        La invención de Morel, Emecé editores, Buenos Aires, p. 
        100
 
 
 Adolfo Vásquez 
        Rocca es director de la Revista 
        Observaciones Filosóficas 
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