| Los
caminos de Heidegger recoge una serie de conferencias y artículos
escritos por Gadamer entre 1964 y 1995 en relación a la figura
de Heidegger, ordenados a la vez desde una perspectiva temática
y cronológica. Al tratarse de textos para ocasiones diversas y
habiendo sido recopilados sin modificación, son relativamente numerosos
los temas que se repiten aquí y allá desde distintos acercamientos,
por lo que en cierto modo el lector recorre un camino que vuelve una y
otra vez sobre lo mismo. Dada la complejidad del pensamiento de Heidegger,
en contra de lo que pudiera parecer, esta característica de repetición
aporta a la lectura un valor añadido al vehicular la retención
gradual de determinadas cuestiones esenciales; simultáneamente,
y debido al criterio cronológico de orden, permiten la comprobación
del matiz, e incluso la más segura y nítida recepción
de las palabras de Heidegger por parte de Gadamer, conforme ahondaba éste
en su perspectiva del camino propuesto («Caminos, no obras»
decía Heiddeger de sus escritos) con el paso de los años.
Tenemos así unos primeros capítulos de respeto incondicional
al maestro, que se decantan progresivamente hacia otros de respeto polémico
(caracterizado, como se dice en la solapa del libro, por la serenidad
con la que el discípulo contempla en la distancia los logros de
su predecesor) y respaldado por visiones complementarias o alternativas
de cuño del propio Gadamer.
No constituyendo en principio
un libro de carácter divulgativo, sino testimonial —aunque
ambas facetas se entremezclan de forma indisoluble—, se ha de tener
en cuenta que al tratarse de locuciones destinadas a un público
especializado, abunda en terminología filosófica y resulta
por tanto de lectura un poco ardua para quien no esté familiarizado
con la historia de la filosofía occidental y su lenguaje. Por otro
lado, un aspecto facilitador respecto de determinados vocablos y expresiones
griegas lo constituye el hecho de que el autor rara vez emplea en su transcripción
el alfabeto de origen. En cuanto a las palabras alemanas que son objeto
de un uso específico, la cita del original entre corchetes y las
acertadas notas de la traductora nos sitúan rápidamente
en el contexto adecuado.
La
relación de carácter discipular y personal mantenida entre
ambos filósofos da lugar, en ocasiones, al relato de anécdotas
o detalles discretos de la vida de Heidegger, así como del ambiente
que se respiraba en torno a su figura tiempo antes incluso de que diera
a la publicación alguna de sus obras principales. Sucesos referidos
por tanto y sobre todo a los primeros años de docencia, cuando
el desarrollo de su pensamiento tenía como receptores a los alumnos
universitarios. Así por ejemplo: ‘Me enteré de su
fama en Marburgo, donde estaba preparando mi doctorado. Unos estudiantes
que vinieron de Friburgo, ya en aquellos años de 1920-1921, hablaban
menos de Husserl que de Heidegger y del carácter muy personal,
profundo y revolucionario de su curso. Por ejemplo, decían que
había usado la expresión «mundea» («es
weltet»). Como sabemos hoy, esto fue una admirable anticipación
de su pensamiento posterior y último. Algo así no se podía
escuchar de la boca de un neokantiano. Tampoco Husserl se hubiera expresado
así. ¿Dónde quedaba en esta afirmación el
ego trascendental? Y, en general ¿qué clase de palabra era
ésa? ¿Existía realmente? Diez años antes de
que Heidegger superara su autocomprensión trascendental y su inspiración
en Husserl por medio del llamado «viraje» [Kehre],
encontró así una primera palabra que no partía del
sujeto y de la «conciencia trascendental en general», sino
que expresaba el acontecimiento del «claro» en el «mundear»
a modo de un presagio’ (La dimensión religiosa);
o ‘La primera vez que escuché su nombre fue en el semestre
de verano de 1921 que pasé en Munich. En un seminario impartido
por Moritz Geiger, un estudiante algo mayor iba diciendo cosas extrañas,
y al preguntarle a Geiger después qué había sido
esto, él dijo: «Ah, ése está hideggerizado»,
como si fuese lo más normal del mundo’ (Recuerdos de
los comienzos de Heidegger). Junto a citas como las anteriores, que
contienen un indudable sabor de época, encontramos apuntes acerca
de la disposición íntima del filósofo con respecto
a la religión o el existencialismo, de sus motivaciones para el
estudio de Kierkegaard o de Aristóteles, o de la acogida dispensada
a quienes como el Maestro Eckhart, el Lutero traductor de la Biblia o
Nietzsche, emprendieron una tarea expresiva con el lenguaje de magnitud
similar a la que le demandaba su impulso interior. Etc.
Por
lo demás, cuando se realiza la puesta en escena de discusiones
en el ámbito de la historia de la filosofía, el libro entra
en materia y abunda en párrafos propios del especialista,
expresados a veces de un modo sintético en el que predominan los
sobrentendidos y como ya apuntábamos, no siempre fáciles
de seguir. Sin embargo, en varios capítulos el lector encontrará
un resumen de las líneas maestras principales del pensamiento de
Heidegger expuestas de manera relativamente sencilla y con gran claridad
(por ejemplo, en ‘Ser, Espíritu, Dios’ o en
‘Hermenéutica y diferencia ontológica’),
lo que puede resultar útil a una amplia variedad de lectores. Cuestiones
como la interpretación de la aletheia, la hermenéutica
de la facticidad, la indicación formal ajena a todo
saber muerto, al dogma, o el movimiento del abismo, al igual
que muchas otras, son objeto de exposición ejemplar. También
se abordan las formas del diálogo del filósofo con las fuentes
en que se inspiró o contra las cuales elaboró en
parte su pensamiento: el grado de penetración con que emprendió
su estudio bajo la premisa de fortalecer lo más posible al enemigo;
la reinterpretación de ciertos autores, en especial los filósofos
de la Grecia antigua; o la destrucción (entendiendo por
tal un despojar la filosofía de su lastre inoperativo, o como dice
el autor ‘un desmontaje de las capas sobrepuestas’) a que
sometió en general la metafísica. Además, a través
de los textos de Gadamer el lector llega a hacerse una idea de los distintos
estadios por los que atravesó la investigación emprendida
por Heidegger, desde los análisis y exposiciones de sus primeros
cursos que darían lugar a Ser y tiempo y el distanciamiento
de Husserl, hasta el denominado «viraje» y la búsqueda
del lenguaje idóneo capaz (y acaso incapaz en su penuria) de preservar
un pensamiento acerca del ser. Una muestra plástica del grado de
entrega por parte de Heidegger a la tarea titánica, y hasta cierto
punto desasosegante, de recreación de la palabra, la tenemos cuando
el autor describe cómo tras la lectura que le hiciera en privado
de un texto inédito, Heidegger dio un puñetazo en la mesa
y exclamó con desesperación «¡Esto suena a chino!».
Resultan
de gran interés las observaciones de Gadamer sobre el trabajo de
Heidegger en este último punto, tanto en lo que respecta a la consideración
del lenguaje como tal, cuanto al uso creativo, colindante con la poesía,
que hace Heidegger del mismo en sus escritos tardíos: la faceta
hermenéutica de Gadamer se exhibe aquí con mesura, elegancia
y gran perspicacia. Por ejemplo, cuando describe el modo como Heidegger
se anticipa a los tiempos en la búsqueda del momento originario,
lo que le conduce a los filósofos griegos en primera instancia
y desemboca en un preguntar a las palabras mismas; la reflexión
sobre qué sea este preguntar y cómo se materializa en sus
procedimientos revela una extrema y muy notable proximidad al texto y
a la filología. Fundamental al respecto el capítulo Heidegger
y el lenguaje.
Por cierto que Gadamer,
quien en un par de ocasiones aquí en este libro dice considerarse
filólogo, no elude el argumento crítico cuando admite sus
reservas o expresa un desacuerdo. Esto se hace patente en particular en
el capítulo Los comienzos de Heidegger, en el que Gadamer
propone no considerar a Platón tan sólo como un eslabón
hacia la metafísica, según la valoración de Heidegger,
sino también como ‘el verdadero garante de la unidad innegable
entre conocimiento y tradición de sabiduría religiosa y
poética’. En estos párrafos, la brillantez de su discurso
alcanza una cota iluminadora. El lenguaje filosófico de Gadamer
hace allí honor a su maestro en su labor de desocultamiento,
de manera que el uso de estrategias retóricas, argumentaciones
más o menos polémicas, e incluso el tema tratado
quedan en entredicho ante la tremenda energía liberadora que transmite
la lectura.
Aparte de lo anterior,
artículo tras artículo Gadamer hace recaer el énfasis
principal en aquellas cuestiones que a su juicio revisten una particular
importancia o un mayor interés divulgativo, como son la reinterpretación
que lleva a cabo Heidegger de Aristóteles, desmantelando la visión
escolástica predominante a lo largo de cinco siglos, o el destino
de occidente en cuanto historia de la ocultación del ser, entre
otros. Uno de los puntos álgidos de la compilación lo encontramos
en El retorno al comienzo, cuando Gadamer, habiendo dado cuenta
del impacto que el pensamiento de Heidegger ha tenido en muy diversas
culturas, ubica el destino filosófico de Occidente en el contexto
de la filosofía mundial y habla de ‘culturas superiores que
no fueron por el camino de los griegos hacia la demostración matemática
de la lógica y por el de la filosofía que lo continuaba
y que llevaba a la metafísica y la ciencia moderna. Esas otras
culturas’, dice, ‘no distinguieron tanto como nosotros entre
filosofía y religión, entre poesía y ciencia. Por
eso nos arriesgamos a preguntar si tal vez hemos descuidado algo en nuestro
camino. ¿Hemos descuidado algo en nuestro pensamiento?’.
Gadamer vuelve al mismo tema en la locución Heidegger y los
griegos, que tuvo lugar ante un auditorio internacional y en la que
cita el interés de Heidegger por la lengua china y con mayor claridad
si cabe se refiere a las culturas de otros pueblos que no hicieron distinción
entre filosofía y poesía, poesía y religión,
etc.
Confiamos en que estas
observaciones basten para dar cuenta del carácter de un libro ciertamente
interesante, lleno de erudición pero también de agudeza
y clarividencia, en el que un testigo excepcional nos acerca de primera
mano vida y obra de Heidegger.
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