“No
acaba uno con la nariz rota por escribir mal; al contrario, escribimos porque
nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir”, escribió
Chejov en una carta. Una idea similar y de signo complementario se encuentra en
una de las claves para ser un buen escritor, según el poema de Bukowski:
“agarrar una buena máquina de escribir y darle duro a esa cosa, hacer
de eso una pelea de peso pesado”. Toda gran literatura encierra la paradoja
de triunfar mientras marcha hacia su derrota, toda gran literatura se levanta
desde esa mezcla rara de desesperación ante el mundo y obstinación
para expresar el propio punto de vista sobre ese mismo mundo, y lo demás
son palabras vacías.
Leer y escribir, primera novela de Ariel Bermani (Lomas de Zamora,
1967), respira derrota en cada página, y la respira con orgullo acrítico.
Estructurada en 72 capítulos de tan solo una o dos páginas, redactada
en poco más de un mes, la novela presenta como personaje central a Basilio
Bartel, empleado en una biblioteca pública, más de treinta años
de edad, con algo de sobrepeso y una calvicie que comienza a despuntar, a quien
sólo lo desvela una cosa: la lectura como símbolo de una vida desapasionada
y desentendida del mundo. Casado y padre de un chico de casi dos años apenas
tiene noción de la existencia de su esposa y su hijo. La biblioteca, primer
escenario, se encuentra en una decadencia en la que cayeron sus empleados, como
lo muestran los dos encargados de mantenimiento que en el pasado alentaban al
público a entrar a la biblioteca y ahora los ahuyentan o los conducen hacia
un lugar del que no se puede salir llamado “la calle de los lectores perdidos”.
Hacia el final de la primera parte Bartel comienza su aventura, tomando el tren
hacia el barrio de su infancia, una localidad que no es llamada por su nombre
pero podría ser Burzaco, en el Sur del Gran Buenos Aires. Durante tres
días y dos noches Bartel busca un poco de aire en acciones tales como comprar
golosinas o comer pizza con cerveza negra, intenta una reconciliación con
sus padres a quienes casi ya no visita, camina las calles de su viejo barrio hasta
que toma conciencia de estar a la deriva y decide volver a la ciudad, donde siguen
los desencuentros. Al volver con su esposa, Bartel finalmente declara: “Soy
otro”.
La aventura que se deja ver en la sinopsis allí se queda, sin plasmarse
en el desarrollo de la novela. En lugar de bucear en la oscuridad del personaje
y su separación del mundo el autor nos entrega una serie de trucos efectistas:
personajes vulgares construidos sobre frases estereotipadas como el padre de Bartel
y el encargado del mantenimiento de la biblioteca, el hermano mayor de Bartel,
llamado Algoritmo, o un personaje menor –el Bolsa-, apodo reducido de Bolsa
de Pedos. El lenguaje, puramente descriptivo, no logra transmitir la deriva de
Bartel, y así Leer y escribir se inscribe en una serie
de libros que aspiran a que su ausencia de riesgo y vuelo literario sea una virtud.
“Quiero escribir, pero me sale espuma…” es la cita de Cesar
Vallejo que abre la segunda parte, acápite en el que puede leerse un deseo
de redención del autor ante el resultado final.
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