Una Punta de películas
Javier Luzi

 


 

Entre el 4 y el 11 de febrero se realizó en Punta del Este el 10º Festival Internacional de Cine, coincidiendo este año con los festejos del centenario de la ciudad. Un enclave maravilloso de sol y playa que supo darle un más que grato marco al cine. La apertura y el cierre en la sala del Cantegril (una de las dos sedes, la otra era el cine Libertador sobre Gorlero) desbordaron de gente que se acercó a disfrutar de las películas El último rey de Escocia y 14 días en el paraíso, tanto como a dar apoyo a un evento que procura volver a posicionarse como clave en el calendario esteño. Y tiene con qué.

Este año la organización fue el resultado de una licitación que ganó el equipo conformado por Roxana Ukmar y Alejandrina Morelli, y Jorge Jellinek como programador. Un tandem que trajo aire fresco, caras nuevas, ideas renovadoras y material más que interesante en el campo cinematográfico. La competencia oficial constó de 18 películas en su mayoría iberoamericanas (Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Chile, España, México, Perú, Venezuela) pero sin descuidar el resto del campo europeo (Francia, Gran Bretaña, Italia). Además se exhibieron obras ganadoras de recientes Festivales Internacionales como la china Naturaleza muerta (Jia Zhang Ke), ganadora del León de Oro de Venecia, la francesa No estoy acá para que me amen (Stéphane Brizé), premiada por el CEC en San Sebastián, la argentina Nacido y criado (Pablo Trapero),  premiada por Fipresci en La Habana, la oscarizada El laberinto del fauno (Guillermo del Toro), o la millonaria épica española Alatriste (Agustín Díaz Yanes), entre otras.

El cielo de SuelyEl jurado, compuesto por los uruguayos Rosalba Oxandabarat Vonella, periodista y crítica, el director Carlos Ameglio, los brasileños Carlos Mattos (crítico) y Mario José Paz (presidente del Festival de Buzios) y el crítico y docente argentino Eduardo Russo, decidió otorgar tres menciones y tres premios. Las primeras fueron como reconocimiento al aporte técnico de Niños del hombre (Alfonso Cuarón), a Selton Mello por su actuación en La rejilla y a Lola Dueñas por su protagónico en Lo que sé de Lola. Las premiadas fueron El cielo de Suely, El violín y Nuovomondo, en ese orden. Un rescate objetivo y acertadísimo de lo mejor que se vio en competencia.

El Festival contó con la presencia de Ulises Dumont (presentaba La silla), Victor Laplace (con dos películas), Nicolás Gil Lavedra con su corto Identidad perdida,  Pablo Trapero y Martina Guzmán con Nacido y criado, Nicolás Mateo por La velocidad funda el olvido, Miguel Pereyra como realizador de El destino y director del Festival de Mar del Plata, Gianfranco Quatrini con Chicha tu madre, el director cubano Manuel Pérez por Diario de Mauricio, la protagonista de El cielo de Suely Hermylla Guedes, Paula Brown y Selton Mello por La rejilla, Javier Rebollo y Lola Mayo, director y productora de Lo que sé de Lola, que también trajo a estas playas la presencia subyugante de una estrella pero a la vez un ser humano simple y terrenal como es Lola Dueñas, la consagrada actriz de Mar adentro y Volver.

Still LifeUn momento emotivo y definitivamente merecido fue el reconocimiento ofrecido a Nelson Pereira Dos Santos por su insoslayable presencia en la historia del Cinema Novo brasilero.

Con los aportes harto profesionales de la actriz uruguaya Roxana Blanco y de Gustavo Martínez (reconocido locutor y periodista uruguayo) que engalanaron y distendieron con sus cálidas presentaciones, se sucedieron en el escenario las noches de un festival que buscando su identidad no debe olvidar jamás que su mayor aporte es resultado de la posibilidad cierta de un intercambio ameno y productivo mediante encuentros, charlas distendidas y cruces de ideas entre los habitantes del mundo del cine (directores, actores, guionistas, productores, críticos, periodistas) que permiten construir verdaderos lazos. La siguiente es una selección subjetiva y completamente parcial de lo que este redactor destaca de lo exhibido:

 

El cielo de Suely: en su segundo filme Karim Ainouz, director de Madame Satá, vuelve a fijar su atención en un personaje protagónico con una fuerza que es marca de fábrica de su cine. Cuenta la historia de una muchacha que hará opción del libre albedrío para decidir sobre su cuerpo y sus deseos, en una especie de road movie que transita por el nordeste brasilero dejando atrás llantos y decepciones. Con una fotografía de colores opacos y quemados por el reseco territorio que transitan, una puesta en escena austera y lograda, un guión de climas y silencios y una actuación descollante de Hermylla Guedes, este filme asienta a su director en un interesante camino que ya es más que promesa.

 

El violín: filmada en blanco y negro y protagonizada por tres generaciones de una familia en su rama masculina (abuelo, hijo, nieto), esta producción mexicana se desarrolla en pleno territorio agreste y pobre donde la revolución quiere hacer pie y combatir la opresión de un gobierno que sólo se muestra en la crueldad y tortura de un grupo de militares sobre un poblado indefenso. Muy buenas actuaciones, un cuidado trabajo con el fuera de campo, una puesta en escena minuciosamente pensada, humor y tensión en partes iguales y un dolido pero esperanzado final que levanta las banderas de la resistencia, hacen de este film una más que recomendable obra.

 

La rejilla: con humor absurdo y grandes actuaciones (sobre todo la de su protagonista) que se sostienen sin caerse jamás en el desborde, se desarrolla esta historia que se mueve entre el policial, el relato psicológico, la historia de amor de un hombre que compra los más extraños objetos que clientes necesitados de dinero le ofrecen, mientras su ejercicio de poder 'cosifica' hasta a los seres humanos con los que se relaciona rápido y mal. Con apuntes logrados e inteligentes sobre la soledad, la impunidad y el poder del dinero, algunas ambigüedades harto significantes e interpretativas y un nivel de absurdo sorprendente, pero que igual a veces no consigue dar en la tecla y se traga la trama central (también alguna historia de los tantos clientes que pasan queda mal resuelta), el film se ubica como un raro objeto dentro de la filmografía brasilera a la que estamos acostumbrados y se emparienta con cierto cine joven rioplatense.

 

Lo que sé de LolaLo que sé de Lola: una película española filmada en París, en francés y con los tiempos que uno reconoce, a veces prejuiciosamente, sólo en un film de esa nacionalidad. La obsesión del protagonista masculino -solitario, rutinario, extravagante- por una vecina, se convierte en el punto de partida para un análisis minucioso sobre la soledad de estos tiempos. Un canto de amor a una ciudad  y a una mujer con un guión y una  puesta en escena que eligen dialogar con el cine de Bresson o Godard y que consigue hacer pasar el tiempo a través de los personajes.   

 

 

La matinée: Un grupo de murguistas grandes (en edad y en espíritu) se juntan para recordar viejos tiempos y casi sin querer vuelven al primer amor: presentarse en el carnaval del 2004 con una murga que le cedió su nombre a la película. Este documental que además utiliza los procedimientos de los films de ficción reconstruye esos días mediante una sabia selección de personas-personajes, costumbres ancestrales que permiten extrapolar tanto el apunte sociológico, el humano y todo el sentimiento. Los hacedores de La matinée (desde su director Sebastián Identidad perdidaBednarik y los productores Jokas y Gaviglio) se han sumergido en las aguas de la tradición con la cuota necesaria de objetividad, desconocimiento e inocencia que semejante tema requiere y, sin evitar la nostalgia evocativa que las murgas uruguayas de por sí destilan, entregan humor, sentimiento hecho canciones, historias comunes, silencios y pequeños detalles que construyen una vida.               

 

Identidad perdida: los fantasmas del pasado se pasean por Buenos Aires en los cuerpos de los hijos o nietos que empiezan a recuperar su identidad. Una tragedia que se desteje en un corto de apenas 23 minutos con una inteligencia que no demuestra más que la madurez intelectual de Nicolás Gil Lavedra, su creador (que asombra con sus 23 años). Sembrado de detalles minúsculos y cotidianos (las manos que cortan una flor, el cigarrillo eterno) que revelan una mirada particular y sensible sobre el mundo, una puesta en escena sobria y recatada, sin los desbordes ni excesos tan propios de cierto cine nacional y sensiblero, actuaciones mesuradas e internas de un gran elenco con nombres reconocidos (Aleandro, Zanca) y a reconocer (Saggese y Montes) que logran transmitir su sentido desde el gesto, la mirada y el silencio, además de la palabra, y una banda sonora compuesta de bellas versiones de canciones ya clásicas, este corto consigue movilizar y conmover al espectador con las mejores armas.

 



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