Esteban Moore
“Sam Hamill, ha
alcanzado la categoría de Tesoro Nacional, a
pesar de que a él esta idea le disgusta.”
Jim Harrison
Sam
Hamill, caucásico, de peso y estatura mediana, ojos
claros, no puede ser considerado un norteamericano promedio: es poeta,
traductor, crítico literario y docente. Este hombre que por amor
a Basho decidió aprender su lengua y que vivió en el Japón
durante cinco años, donde además abrazó el pensamiento
budista, fue conmocionado una mañana del 2003 cuando abrió
su casilla de correo y halló entre su correspondencia un sobre
dirigido a él en cuyo margen izquierdo se destacaba la leyenda:
The White House. En su interior había una invitación de
la primera dama de los Estados Unidos de Norteamérica, Laura
Bush, que lo invitaba a participar de una mesa redonda para exponer
sobre poesía norteamericana en la Casa Blanca.
Ese día, Hamill recuerda, “me dirigí a Copper Canyon
Press”, la editorial sin fines de lucro, dedicada exclusivamente
a la publicación de libros de poesía que fundó
y dirigió durante más de tres décadas hasta convertirla
en la preferida de algunos de los más prestigiosos poetas de
su país como W.S. Merwin y Hayden Carruth. Pero fue imposible
concentrarse en sus tareas. Esta invitación lo desestabilizaba
emocionalmente. La noche anterior había estado leyendo en Internet
una serie de artículos que analizaban los planes de Bush para
devastar a Iraq con bombardeos masivos en un futuro cercano.
Por
la noche, Hamill, frente a una botella de vino, decidió junto
a su esposa, Gray Foster, revisitar su pasado. Conversaron largamente
de varias experiencias de su vida. El poeta recordó la ocasión
cuando durante la guerra de Vietnam se convirtió en objetor de
conciencia, las lecturas de poemas realizadas con el auspicio de la
organización de Veteranos de Vietnam contra la guerra, su participación
en los 60 en la campaña por los derechos civiles, las campañas
políticas de 1968 cuando apoyó a Eugene McCarthy y él
mismo fue candidato a la legislatura estatal de California, y más
que nada unas palabras de un pequeño monje japonés, su
maestro Zen, quien en una oportunidad le dijo: "Debes enfrentar
la vida como si ya estuvieras muerto.”
Él sabía qué decisión iba a tomar respecto
de esta invitación; llamó a la secretaria de la primera
dama informándole que no asistiría a la mesa redonda.
No obstante, aún desconocía el modo en que la haría
pública, pues imaginaba las consecuencias que ésta podría
desencadenar sobre la editorial a la que dedicó buena parte de
su vida. Habló por teléfono con William S. Merwin y con
Hayden Carruth (este último tiene alguna experiencia al respecto
ya que había rechazado una invitación similar del ex presidente
Clinton) y al día siguiente redactó una carta dirigida
a sus amigos y colegas.
En ella les solicitaba que cada uno de ellos se expresara a favor de
la verdadera conciencia cívica de su país y firmaran un
petitorio contra una guerra que destruiría a un pequeño
país que no tenía relación alguna con los atentados
del 11 de septiembre. Asimismo, los urgía a colaborar para declarar
el 12 de febrero como el día de la poesía contra la guerra.
La
carta, que no fue difundida por la prensa, fue enviada a alrededor de
cuarenta poetas. La respuesta fue masiva. Los miles de mensajes electrónicos
que comenzaron a llegar inundaron su servidor. Él relata que
debieron recurrir a Emily Warn, una poeta que trabaja en Microsoft,
en busca de ayuda. Ella los contactó con el proyecto Alchemy,
una organización que brinda ayuda a instituciones sin fines de
lucro; junto a ellos encontraron la forma para continuar recibiendo
la marea de mensajes, y también crearon rápidamente un
foro para Poetas contra la Guerra.
Los poetas comenzaron a enviarles poemas contra la guerra, en pocos
días recibieron 12.000 poemas escritos por 11.000 poetas. Copiaron
los poemas en papel, la pila de hojas medía cerca de dos metros
de altura, convirtiéndose en la antología temática
más extensa de la historia literaria.
En compañía de William S. Merwin, Terry Tempest Williams
y Peter Lewis, los entregaron al Congreso. Las cajas conteniéndolos
fueron recibidas por diputados que no estaban de acuerdo con las decisiones
del poder ejecutivo acerca de la guerra en Irak. Desde entonces, muchos
de estos poemas no han dejado de ser citados en diferentes sesiones
legislativas en Washington en las que se tratan temas relacionados con
la guerra, y en los parlamentos del Reino Unido, Francia, Italia, Alemania,
España y Japón, razón por la cual muchos de ellos
han sido traducidos a varios idiomas.
El 17 de febrero, en medio de la tormenta más grande de los últimos
años que se recuerde en Nueva York, más de 3000 personas
se reunieron en el Lincoln Center para escuchar a los poetas leer Poemas
no aptos para la Casa Blanca.
Posteriormente, con la ayuda de veinticinco editores, Hamill y Sally
Anderson seleccionaron 200 poemas representativos entre los 12.000 recibidos.
Entre ellos, poemas de: Robert Aitken, Francisco X. Alarcón,
Willis Barnstone, Robert Bly, Hayden Carruth, Robert Creeley, Martín
Espada, Lawrence Ferlinghetti, Tess Gallagher, Joy Harjo, Galway Kinnell,
Ursula K. Le Guin, Robert Pinsky, Jerome Rothenberg, Arthur Sze, Anne
Waldman, C.K. Williams, sólo para mencionar algunos nombres.
La antología se convirtió para la editorial Nation Books
en un verdadero best seller: en pocos días se vendieron cerca
de 50.000 ejemplares. La poesía y los poetas tenían algo
que decir respecto de las políticas exteriores del gobierno norteamericano.
En esos días la poesía fue tema obligado de los medios
y muchos poetas pudieron reevaluar los fines de su oficio. Cientos de
poetas jóvenes influenciados por el rap, la performance
y la cultura televisiva, quienes evitaban escribir acerca de temas políticos
y sociales, hoy piensan distinto al respecto.
Estos
hechos le dieron a Hamill la oportunidad para extender las actividades
de Poetas contra la guerra en distintos países. Sin embargo,
toda decisión que no sea aceptada por el poder tiene sus costos.
Las presiones políticas comenzaron a crecer en intensidad. El
New York Times y el Wall Street Journal publicaron artículos
en los que fue atacado personalmente por periodistas cercanos a la administración
republicana, los comentaristas televisivos denostaban su independencia
política. Entonces, el directorio de la editorial que él
había fundado, Copper Canyon Press, le solicitó, por el
bien de la misma, la renuncia a su cargo.
Este proceso de hostigamiento duró cerca de un año, hasta
que en una reunión de directorio se impuso una mayoría
que lo despidió. Le ofrecieron una indemnización siempre
y cuando él firmara un acuerdo en el que se comprometía
a no hablar en el futuro de la editorial y a no mencionar las presiones
de las que fue objeto; asimismo, fue despedido de su cargo como director
del Port Townsend Writers’ Conference. Los grandes medios de prensa
habían ganado su batalla contra un poeta independiente que regresó
a su casa desempleado pero no desocupado.
Hamill continuó trabajando en su proyecto de Poetas contra la
guerra, escribiendo poesía y releyendo las pruebas de imprenta
de su nueva traducción al inglés del Tao Te King
de Lao Tzu y de Almost Paradise, una selección de sus
poemas y traducciones publicadas recientemente.
En la actualidad descansa en Buenos Aires mientras le da nueva forma
a un viejo proyecto, la edición de una antología contemporánea
de la poesía latinoamericana.
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POEMAS DE SAM HAMILL