JOSÉ V
ILA DEL CASTILLO

ATLACAHUALO 1
y otro poema.
Para Jorge Vázquez

 



I

 

 

 

Todo fue azar.

La cópula del trigo y el achiote,
la greda y el arcano de las constelaciones,
la vid y el acahual,
el arcabuz y la coa,
los ojos murientes del jaguar en la lluvia
y el desgarro del hombre crucificado.

Todo era azar.

Sangre de serpiente río interminable alas de larva verbo adormecido labios que musitan la esperanza rota de un tiempo en la memoria de los hombres profanado y sin deseo.

Todo es azar.

 

 

 

II

 

 

Otra vez dentro de mí contemplándome desabrigado desde esta desnudez que mis ojos transitan a través de aquellos ojos que una vez me dieron la certeza absoluta de residir en la tierra.

No es soledad quien señala el viento en su recorrer el limbo infinitesimal del verde curvo sobre la rama por amor sometido no es el umbral de la sombra ni siquiera el equinoccio pausado donde los niños se disfrazan de animales y dibujan círculos blancos de eterno retorno en sus mejillas círculos como hostias sagradas de pan y maíz comulgados sépalo viento que se desdice a sí mismo ante mis ojos y tórnase vuelo herencia por el agua abandonada al recorrer estrépito porvenir de mar la tierra que recolectamos fértil surco de piel que abona los campos.

Viento que adorna casas de piedra con tiras de papel como follaje reciente ofrenda de plumas piedra en pos del recuerdo de una lluvia nueva dentro de mí contemplándose de nuevo.

 


 

III

 

 

 

Fecunda imagen palabra que me circuncida y somete mi piel a mudanza. Fiesta de la serpiente y el astil. Surco deshecho en barro y simiente.

A cada golpe de tierra me desgarro y ofrezco como obsidiana primordial roca de piel desprendida jirones de marga doliente en alumbramiento.

A cada golpe de coa jilotes brotan de mí sed verde de mar ansia de ser por doquier extendida.

De mis ojos la nube certera en su recorrer alcanza la distancia que nos reencuentra al son de la danza de los hombres sobre mi cuerpo: Todo nace de nuevo.

 

 

 

IV

 

 

Amanece apenas.

¿Qué he de esperar si al contemplar el mundo también me reconozco en la palabra no escrita?

Arriba la lluvia a los campos diseminados y baña el limen de nuestra residencia.

No existe la historia en el recorrer descalzo de los arroyos en los juegos de piedra de los abalorios en la mirada del dios adormecido o en el calor constante de lo esperado.

Ofrendaré las primeras flores a la figura de barro mientras los niños ofrecen su cabellera cortada y el banquete me reúna con aquellos otros labios que murieron también crucificados.

¡Despierto!

El valor de mi espera no tiene horas: el tiempo ha llegado de acoger la lluvia entre mis manos
y ello no es historia.

Amanece
apenas.

 


 

V

 

 

 

¿No hemos de llegar ya hasta la nube?

¿De qué tránsito entre la hoja caduca y su nombre provenimos?

¿No será el nudo en la rama esperanza nueva una razón más para seguir observándonos?

¿En qué invierno de antaño nos quebramos?

¿En qué lugar de la anochecida perdimos nuestra consciencia en el sueño que la sed de ser nos dejó solos?

Sahumaremos cada rincón de nuestra estancia
vigilia de sol sea la espera
amaranto y miel cada segundo por venir

Y regresemos a ser vuelo hasta la nube.

 

 

 

VI

 

 

 

Tiempo es silencio.

La apariencia de la lluvia se entrevera en el cansancio repetido de las sílabas que urdo.

Tiempo
latido de agua germinal en la raíz abrazo.

Silencio
más allá del instante acompasado del tremolar del viento sobre la arcilla.

El horizonte abarca la tierra entera.
Tiempo es silencio.

Tiempo vuelo de zorzal imperfecto se concluye a sí mismo y se renueva
otra vez
en savia rumor de ola interminable tierra espadaña de tules enramada de fonemas silencio repetido como rezo interrumpido vuelo tordo lluvia horizonte soledad de tiempo abarca la tierra inacabada:

Tiempo es silencio.

 


 

VII

 

 

Dónde la verdad si el velo de lo que veo cobija la alienación de lo que mi imagen es en tierra extraña. La huida se desgaja a jirones por entre pétalos de cartón de flores muertas.

Estas danzas que miro danzar entre plumajes histriónicos no son mías.

Los tambores construyen la plaza de sillares barrocos mientras el falso chamán se consume entre inciensos.

Huele a memoria cansada e impotente.

No era yo quien otrora recorría los cuatro puntos cardinales recolectando en procesión de cantos las mejores mazorcas para ofrendarlas al agua y al sol y la tierra.

No era yo quien tiznaba de cochinilla los muros y figuraba la lluvia con ojos de serpiente.

Yo provengo del sueño de la razón convulsa del dios traicionado tres veces del amor castrado de las prostitutas.

Hombres fueron mis reyes y no dioses: memoria abandonada por la historia.

Nostalgia de lo absoluto.

 

 

 

VIII

 

 

 

Salgo de mí para encontrarme.

Hacia mi propio encuentro me entretengo
en discernir las horas de los vuelos.

No.
Más allá.

Al aire que inquieta los helechos,
a la persecución de mis huellas,
al perfil de mi desnudez en traza
por el serpentear capricho de la senda.

Más allá.

Hacia el mar irrumpo,
me entremezclo
entre el zarzal arisco y la genista.

Ya desdibuja el espacio la roca y el beso,
la fisura de arcilla y espuma.

Más allá.

Dejadme entrar en vosotros
al revuelo de la grama,
al huir de la salamandra,
al tejer de mi sombra en vuestros pasos.

Dejadme entrar, más allá
de mi mismo en vosotros.

 


 

IX

 

 

 

Porque estoy en todas partes sin ser nada.

Porque soy cuanto miro y desconozco en la templanza de este ir y venir constante de las horas.

Nada me separa de este solaz discurrir de lo que veo.

No del árbol, mas del rumor de las hojas tampoco.

La tierra al ser mirada se engalana.

No hay castidad en la niebla que copula con la raíz escueta sobre la roca, cuando a mis pies el agua alimenta el gozo sobre mi piel desnuda.

No hay maldad en el deseo.

Porque soy fanal de vida, dádiva de piel, orgía de quietud y vuelo:

No soy nada en la luz
pero estoy en todas partes.

 

 

 

X

 

 

 

Y este exilio es calor al equinoccio memoria como espejo humeante, nacimiento del agua y la serpiente en esta joven luz recién parida.

Ha llegado el tiempo de entregar la sombra del nopal y el vuelo del hombre pájaro sobre un mar que nunca existe.

Traedme de nuevo el olor a incienso de las catedrales romance para entregar mi rezo a las escarchas.

No recuerdo el mito sobre las vidrieras color de los libros sagrados que sacrificaron a un dios de barro entre mis manos.

La paz del aire reverbera sobre el maíz maduro del esfuerzo y tarda la anochecida en arribar camino del invierno.

No hay recuerdo del hielo en esta luz recién parida, otra vez, desde mis ojos de exilio.

 


 

XI

 

 

Y así,
convida la lluvia al banquete de la tierra.

Semillas tiernas de elote y frijol se comparten entre roderas y nubes.

Del lago, la espadaña de la última iglesia sobresale al pie de las cascadas de basalto. Suena el silencio del campanario mudo. Suena la ausencia de la promesa inconclusa.

No es en la palabra donde mi solitario dios se manifiesta, mas en esta lluvia nueva del primer estío que me inunda y me comparte de greda y sementera.

No seré ya de la sal, mas de la claridad que se ofrece y nos hace parte a todos del mismo don cotidiano.

 

 

 

Tespis revisitado

 

 

He portado en mi reloj de arena las horas viejas de los antiguos retratos.

Como llueve cada verano en el trópico, la luz irradia su velo asustado sobre la desnuda naturaleza.

Se esconde la risa tras las chabolas de maguey que nos descubren, ateridos de frío, de espaldas a la sonrisa sucia de los niños miserables.

No rozamos la luz con las yemas. No asumimos la culpa de la cloaca habitada.

Los tejados de uralita son estrellas. Una gallina cruza la carretera y un hombre vende tacos de tifus a los viandantes, mientras Urano comete de nuevo incesto con su madre Gea.

Viejos segundos de horas viejas. Viejos surcos de luz que se desatan.

Las iglesias de ladrillo de lava y de granito enmudecen entre calles sin Dios y olor a pozole.

No deshilvana la luz el color de las aceras. Humeante la lluvia, recién despedida, sobre un asfalto de soledades.

Tespis reinventa la tragedia.

Un coro de rostros silentes recuerdan que nunca fueron los rasgos de un sol abandonado.

Vuelve a llover sobre este mar de amor donde Parsifae engendra al minotauro en este laberinto de huida hacia ninguna parte.


 

(1) El calendario solar mexicano dividíase en dieciocho veintenas, de las cuales, “Atlacuahualo”, cuya traducción al castellano es “De lo dejado por las aguas”, correspondería a la primera del ciclo anual, coincidiendo con el equinoccio de primavera. A lo largo de todo el año natural, cada veintena sería festejada con distintos ritos y celebraciones, que tendrían relación directa con lo que para los mexicas simbolizaba cada expresión de la naturaleza como mito.

José Vila del Castillo
México

Menú

||| Información |Contacto |Archivo ||

Copyright © 2003-2006 zonamoebius.com

Prohibida la reproducción de cualquier parte de este sitio web sin permiso del editor
Todos los derechos reservados