Mario Paoletti: Tango, exilio y perfume de mujer

Marcela Mercado Luna


Viviendo lejos de su país, se acercó al tango más que nunca. El dolor del exilio le demandaba “droga pura” y el tango era eso. La música de su ciudad natal estuvo ahí para rescatarlo. Había dejado Buenos Aires siendo muy joven, para sumarse al proyecto de su hermano Alipio, de fundar en La Rioja un diario que muy pronto se convertiría en cooperativa, haciendo realidad lo que muchos llamaron utopía. La dictadura de Videla desbarató ese sueño y Mario Paoletti —como tantos otros— sufrió cárcel y luego exilio.

Hoy reside en la ciudad de Toledo, donde dirige desde 1984 el Centro de Estudios Internacionales de la Fundación Ortega y Gasset. Ha publicado novelas, cuentos, ensayos y poemarios. Justamente, uno de sus libros de poesía, "Arltianas" fue el punto de partida de un espectáculo musical próximo a estrenarse en el Teatro P. Alvear, “Orejitas perfumadas”, con música de Juan “Tata” Cedrón, y la participación de figuras de la talla de Walter Santa Ana, Jana Purita, Carlos Durañona, Roberto Sáiz y el propio Cuarteto Cedrón.

En España, Mario escribe y trabaja con pasión. Ya no se siente un exiliado, pero el tango lo sigue rescatando: esta vez, para traerlo a la Calle Corrientes.

¿Cómo nació la idea de este espectáculo?

— Cuando presenté "Arltianas" (que salió en el 2000, en La Rioja) coincidí en Buenos Aires con Juan Cedrón, a quien todos conocen por "Tata", director de un cuarteto mítico en la historia del tango moderno. Los dos vivíamos fuera de la Argentina: el Tata en París, desde 1975, y yo en España desde el 80. Le mostré el libro y le dije que ya era tiempo de que se le hiciera un homenaje a Roberto Arlt, ese escritor del que todo el mundo habla pero que casi nadie lee. Se entusiasmó con la idea: “¿Te animás a que armemos algunos tangos?”. Le contesté que sí y allí quedó la cosa.

Un tiempo después, la primera letra estaba lista y se la envié por fax. Era “Ester Primavera”. Dos horas más tarde me llamó por teléfono: “Escuchá”. Y me cantó “Ester Primavera”. Le había puesto una melodía muy pegadiza, con ritmo de vals: Se fue lejos, huyendo de mí / a vivir entre el mar y la tierra /se fue lejos y jamás regresó / la querida Ester Primavera...

¿Y las otras letras?

Poco a poco fueron saliendo las otras, todas vinculadas a personajes o situaciones que ocurren en los libros de Arlt. Hacia el 2002 el Tata vino a España y entonces repasamos cada una de las composiciones, hasta dejarlas listas.

Sólo faltaba montar el espectáculo…

En aquel momento se las ofrecimos al teatro San Martín de Buenos Aires, que las aceptó. La idea era armar una revista musical donde la base fuese el universo personal de Arlt, su literatura, sus fantasmas, sus anticipaciones. Se entusiasmaron, pero no había dinero para montarla, de modo que allí quedó el proyecto. Hasta que hace un año volvió a reflotarse y esta vez sí levantó vuelo.

¿Y por qué el espectáculo se llama "Orejitas perfumadas"?

— La última composición que hicimos, que fue otro vals, cuenta cómo eran los bailes de los barrios. Y allí aproveché para meter algunas vivencias personales. Yo era muy bailarín. Lo fui hasta que llegó el twist, hacia 1956, y la gente dejó de bailar abrazada, que era lo que a mí me importaba del baile. En mis tiempos, para abrazar a una muchacha sólo había dos posibilidades: el baile o casarse. Además, en el baile uno podía abrazar a muchas chicas en una sola noche. La promiscuidad consentida.

¿Y lo de "orejitas perfumadas"?

— Las chicas se ponían una gota de perfume detrás de cada oreja, que es donde venía a caer mi nariz cuando nos enlazábamos para iniciar el baile. Esas orejitas perfumadas fueron el primer rasgo de lo femenino que yo percibí físicamente. El vals dice: La entrada vale un peso y da derecho / a abrazar dulcemente a una muchacha / a dar vueltas con ella, como un trompo / y a sentir su temblor bajo la palma. Y el estribillo es una síntesis descriptiva de todas esas sensaciones: Mesas de lata, cerveza tibia / platito con maní, saco y corbata / milonguita de barrio, noche de ronda / orejitas perfumadas. Cedrón estrenó ese vals en Francia y tuvo muchísimo éxito. Tanto, que lo eligió para título del espectáculo.

¿Cedrón le puso música a tus poemas de “Arltianas” o hubo un trabajo conjunto de composición?

— Los poemas de "Arltianas" fueron sólo el punto de partida. Pero las letras son autónomas. No podía ser de otro modo porque es preciso que tengan una cierta medida para que el músico pueda luego añadir su melodía. Y después viene el trabajo de pulir, de cambiar palabras que suenan mal o que quedan descolgadas. Eso es lo que hicimos cuando nos encontramos en España en 2002.

Cuando recién hablabas de los bailes, me acordé de tu cuento “Tío Dardo”, que evoca un mundo que tal vez murió con la generación que precedió a la tuya.

—Ese cuento es pura ficción, pero me alegra que parezca que ocurrió en mi propia realidad. La literatura escrita en primera persona, al parecer, sigue funcionando. En el personaje central refundí a dos tíos míos: Dardo, del que tomé sólo el nombre, y José, que era el bailarín de tango. Lo que se cuenta allí no me ocurrió a mí, pero seguramente le ocurrió a mucha gente. Relata la "iniciación" de un jovencito en la liturgia del tango. Su tío, como regalo de cumpleaños, lo lleva a bailar con su compañera de todos los sábados al salón "La Argentina". En el cuento también se reflexiona sobre la soledad, el amor, la vejez y la ingenuidad. Y también sobre la inmigración.

¿Cuál fue la relación de Arlt con el tango? ¿No creés que se refirió a él con cierto desdén?

—Pregunta difícil de contestar. Los intelectuales y escritores argentinos que antes de 1940 se interesaron por el tango se pueden contar con los dedos de las manos. Lo veían como un fenómeno un poco marginal y carente de prestigio. Se suele citar a Borges como ejemplo de ese rechazo, pero es un mal ejemplo, porque a Borges le interesó el tango, a pesar de su rechazo, y lo hace aparecer en su obra. Roberto Arlt, también. Pero a él le interesaba el tango especialmente como fenómeno social, porque esa era su cuerda. Escribió poco sobre el tango, pero es evidente que lo conocía bien. Tiene una aguafuerte sobre el bandoneón que se tocaba en los suburbios, maltratado y con un par de botones rotos, pero que cumplía perfectamente con su misión. Dice que cuando lo oye en el barrio una muchacha que ya estaba por dormirse, levanta la cabeza de la almohada y escucha... Con el tango pasó lo mismo que con el gaucho y con el indio. El gaucho no le interesó a nadie hasta Lugones (que lo idealizó, lo que en cierto modo es peor aún que ignorarlo), y los indios fueron puro folklore hasta hace muy poco.

¿Y de dónde viene tu interés por el tango?

— Como tantas otras cosas, del exilio. Cuando llegué a España, después de aquella gigantesca paliza física y psicológica que representó la cárcel, mi música no podía seguir siendo sólo el folklore, porque el folklore es primordial, metafórico y nerudiano (al menos en Jaime Dávalos, Ariel Ferraro y todos esos buenos poetas de los '60). Yo no necesitaba una descripción de paisajes ni declaraciones de amor ingenuo (me han dicho que no me quieres / pero eso no es un motivo). Yo necesitaba droga dura, y eso es el tango.

¿Sentiste que tango y exilio se complementaban?

— El tango es vallejiano, va directo al hueso, le canta al tiempo perdido y al amor imposible. Es música de derrota. Empecé a escuchar tangos todo el día...para descubrir que ya los conocía a todos, porque mis veinte años de porteño los habían archivado en la memoria. Así que se trató de un descubrimiento pero también de una recuperación.

¿Asistirás al estreno en Buenos Aires?

— Al estreno no, porque todavía estaré trabajando en Toledo. Pero viajaré a Buenos Aires a mediados de agosto. (Mejor: la obra ya estará más rodada y habrá menos nervios, incluidos los míos). Siempre es lindo volver a la patria lejana, pero si además hay una cosa tuya en la calle Corrientes, cartón lleno.


Paoletti / Cedrón

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