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Una
reinvención del argumento ornitológico
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Pablo
Cerone |
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Por estas causas, los documentales que se proyectan en la pantalla grande son escasos comparados con las ficciones que por allí circulan. Con los eventos diarios acaparados por la televisión por un lado, y con los mundos alternativos hipnotizando espectadores en las salas oscuras por el otro, la realidad apenas entra en el celuloide. Y, cuando lo hace, generalmente viene a representar una realidad cultural con algún trasfondo explícitamente político (aunque toda actividad cultural es política). La naturaleza, ante esta situación, es separada, envasada y puesta al alcance del control remoto, para el consumo privado. Lo apuntado hasta aquí
conviene a mi argumentación. Tocando el cielo
no es un documental como puede presuponerse.
El film carece de una dimensión pedagógica explícita,
en oposición a la gran mayoría de los documentales. Miles
de aves migratorias sobrevuelan los continentes, dejando que bajo sus
alas se dibuje la Torre Eiffel, la frondosa vegetación amazónica
o el hielo ártico. Una etiqueta señala el nombre, el origen
y el destino de las especies; detrás de ella no hay una intención
taxonómica. Los pájaros vuelan libres, aunque algunos
caen en manos humanas –un nido amenazado por una cosechadora,
unos cazadores que arrojan fuego al cielo, una jaula que evita el vagabundeo
de la plumas. La estrategia de Jacques Perrin, coordinador general del proyecto, consiste en mostrar antes que en de-mostrar, pues casi no se ocupa de narrar o de describir. Así las aves se humanizan –en el sentido etimológico del término– permitiendo valorarlas bajo una nueva visión. Las mitologías nos habituaron a ver en los pájaros intermediarios entre el Cielo y la Tierra o seres libres del barro material en busca del sol infinito; pero Tocando el cielo los muestra bajo un aspecto distinto. Las aves con las que Cyrano de Bergerac sueña en Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol son tenebrosas parodias de hombres que, desde lo alto, juzgan a la humanidad; las que Perrin sigue, en cambio, hacen lo mismo pero sin evitar el perfume de la tierra. La película, por ello, va más allá del intento de transformar a la naturaleza en milagro, de explotar la poesía originaria, o de recrear esa magia que por el vértigo en el que estamos sumidos se nos vuelve invisible cada vez más rápido. El verdadero anhelo es la alteridad. Tocando el cielo no busca que el espectador aumente su conocimiento sobre el comportamiento de las aves; tampoco pretende que éste engendre alas para acompañarlas en su viaje. No ambiciona la ornitología ni la metamorfosis. Lo que pretende es distinto: expresar la estrecha cercanía y la infinita distancia que existe con el otro. Hace más de cien años los hermanos Lumière asombraban a sus espectadores mostrándoles el arribo de un tren; poco después, el ilusionista Georges Méliès excitaba al público vislumbrando la llegada de un cohete a la luna. Perrin, por su parte, acompaña a los miles de pájaros que, sin esperar a que nuestros ojos se eleven para contemplaros, cada año manchan el cielo, arrojados a la aventura del volar. Sólo el cine puede lograr esa tremenda empresa. |
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Le
peuple migrateur (Tocando el cielo). Francia, Italia, Alemania,
España, Suixa, ´98. 2001. Dirección: Jacques Perrin.
Co-dirección: Jacques Cluzaud y Michel Debats. Guión: Stéphane
Durand, Jacques Perrin, Jean Dorst, Guy Jarry, Francis Roux, Valerie Perrin.
Dir. de fotografía: Michael Benjamin, Sylvie Carcedo-Dreujou, Laurent
Charbonnier, Luc Drion, Laurent Fleutot, Philippe Garguil, Dominique Gentil,
Bernard Lutic, Thierry Machado, Stephene Martin, Fabrice Moindrot, Ernst
Sasse, Michel Terrasse, Thierry Thomas. Música: Bruno Coulais.
Sonido: Philippe Barbeau. Montaje: Marie-Joséphe Yoyotte. Prod:
Christophe Barratier y Jacques Perrin. Narrador: Jacques Perrin.
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