LUIS B
ENÍTEZ

 


de POEMAS DE LA TIERRA Y LA MEMORIA
   



ALGO FLUYE CUANDO YA NADA SE AGITA,
Y su paso inadvertido por las tinieblas que duermen
con nosotros
trocará en una luz exasperada cuanto de ciega tiene
la miseria.
Desde el fondo, pozo o pantano de números,
donde hostigados por el mundo y sus miles de cabezas
caímos quince lenguas dentro de la carne,
algo que sólo puede tocarse munido de los guantes de
la desesperación,
algo fluye, cuando creemos que ya nada se agita.
Obliga al dolorido músculo del corazón
y al cerrado hueso de la mente
a comer y beber, aún dentro de sus celdas.
Es una fuerza que nos lleva rudamente de la mano
e inventa un camino de color insólito,
por donde huimos desnudos de los ciegos.
Obediente, ella agitará los párpados de los muertos
y hará huir a la mosca-heraldo, que espera paciente,
colgada de la gula.
Colgará de nuevo el sol, cuando la luna caiga.
Podremos verla latir en medio de nuestras negras
sombras,
aún cuando boquiabiertos, observemos día a día
pasar nuestros propios funerales.
Algo fluye cuando ya nada se agita.
Por su gracia habrá fruto en las flores marchitas
(su magia gruñirá en la vértebra)
lanzará por el aire ancianos y guadañas con pasos de
diluvio;
nuestras jóvenes canas se ennegrecen,
ante el silbato de plata besado a último momento
con manos temblorosas que arrojan al viento de los
lechos.
Y cuando nuestros pálidos huesos
den fuerza y vigor a las margaritas, aún palpitarán
desde la tumba.
Porque algo fluye, cuando creemos que ya nada se agita.

DAME UNA MENTIRA ENORME, que haga temblar los
pulsos de la edad
con su pisada grave y significativa,
que espante de mí los pájaros negros y los gusanos
que cosecho sin proponérmelo en la dársena del miedo
y se las arregle para hacerme creer que el hombre
puede salir de sí,
ser uno con la mujer y amarla sin destruirse.
Algo que dure un momento y venga de tus labios,
para que yo me esconda y los altivos y los necios
no me vean.
Detrás de esos frágiles decorados vivirá feliz y
pequeñito,
lejos del tedio y de los ojos que escrutan en la noche.
Sin miedo al silencio y a las fieras,
luego que la mentira fuese pronunciada,
como por un hechizo efímero correrían los talones del
infortunio
y ni él, ni la miseria, pescarían ya nada en mis sentidos
embotados.
La angustia del hombre ardería como bruja-fénix
y estos ojos y estas pobres manos que rezan sin llegar
al rabo de Dios en las alturas, arrojarían al suelo,
deshecho, el viejo corazón de la amargura,
contentos en su careta nueva.
Dame una mentira enorme,
que haga girar al revés el tiempo en los relojes
y arrúllame en ella,
hasta que en mis labios aparezca
la helada sonrisa del idiota.

TODO LO QUE DIRE DE TI

Boca de pájaro
en tus ojos de hierro hoy se oxida el dolor.
En la mañana que tiembla
y en el sol que la entibia
en el final de la noche con garras de muerto
en todos los lugares comunes a saber:
luna
lluvia
estrellas
está tu origen y el origen de tu nombre.
Eres el cuchillo que corta el pan de los pobres
y la mano que enciende el cigarro del triste.
Bienvenida gritan mis cosas mi pasado
juguetes lápices caricias bienvenida
mis años verdes y mis años grises
la alegría de los hombres que ahora puedo ver.
Mi amada con boca de diosa pagana
borracha en su manto que sonríe
mi amada con promesas de espanto
mi amada una y mil veces viva y definitiva.


de MITOLOGÍAS/LA BALADA DE LA MUJER PERDIDA
 
 

EL URO

Detrás del tiempo un animal me mira:
él sabe lo que escribo porque antes de mí
ya ha sido un nombre. Es el uro.
Fantasea quien lo toma por el toro.
A veces es un pájaro, un río, el viento
y a veces es un algo que deja en las ramas
grandes manchas de sangre y un paso
que se aleja, macizo e invisible.
No lo vulnera el hacha ni la piedra
de una arcaica Europa que aún no sueña
con forjar metales y la Historia.
Es el uro. A veces es un hombre
que huye de sí mismo.
Un animal pensante que añora volver al bosque
del eterno presente, a las pasiones soberbias,
a la ira, la furia y la muerte violenta
del dominio y el celo.
Es el uro. En sus ojos rojizos
hay un algo execrable.
Nos aterra que vuelva y que vuelva
Dionisios con su corte de faunos
y el terror y la noche derrumbando ciudades,
sumiéndonos en el fuego de los dioses
hambrientos
que reclaman la tierra, la luz, el aire.
Las imaginaciones.
Es el uro, En el linde de las ciudades
todo esto cabe entre sus cuernos.
Allí donde recuerda, una por una,
las traiciones del hombre.
No rumia venganzas, no planea
surgir en la cómplice noche a cobrarse
el desquite con sus dos puñales, si el terror
del retorno no bastara para matar a un hombre.
No se mata a los muertos. “Soy el uro.
Zeus usó mi forma para raptar a Europa.
He visto, inmutable, en el rodar de las estaciones
pasar a los fenicios, los partos y los griegos.
El tiempo es un solo día. Maté a un inmortal
en la aurora y en Sumeria y a mediodía
me describió Plinio el Viejo, entusiasmado.
Cartago duró una hora; Roma, quizá dos.
El niño Lutero me temía: ya era una leyenda.
Creyó extinguirme un cortesano del siglo
diecisiete:
la tierra que lo cubre tienen a su estirpe,
su esposa y su palacio. Ése es el hombre:
polvo que tragan las colinas.
Soy el uro, lo real. Él es imaginario”.

LO QUE DECÍA EL POETA

Soy tu enemigo que no tendrá piedad. / Guerra te llamaré y tomaré /
contigo las libertades de la guerra. / Y en mis manos tu rostro oscuro
y atravesado, /en mi corazón el país que / ilumina la tormenta.

Ives Bonnefoy


Tempranamente nos lanzaba la noche
sus grandes ojos de diosa
había en esas calles otra luz
que no conoce el día
y nada ni nadie sabía de la muerte
venías detrás de tí larga y enigmática
presencia donde me reconozco
otros canten la gloria de lo evidente
y harán lo justo
yo viviré siempre
en esta piel estas manos,
y este cuerpo
bañado por otra luz otra presencia.
Otra guerra hay que la del pan
otra embriaguez que la del vino
otra tierra hay en esta tierra:
Eterna es nuestra primavera.

De BEHERING Y OTROS POEMAS
 
 

BEHERING

En cada uno de ellos era muchos un hombre.
Eran más todavía. Traían la industria de las armas
y el reno rojo, como un bosque ondulante
y detrás el lobo que, en una mañana ya añejo,
sería el perro de la hoguera y de las sobras,
el sirviente blanco.
Eran muchos, no un hombre.
Vagos sus nombres
se referían al viento y a los tótems,
a un hecho que pasó en un nacimiento,
el deshielo que ahogó
o el meteoro fugaz que ardió en la tundra
o la muchacha audaz que en mar abierto,
salvó a su hijo de la cólera brutal de la ballena.
Sus dioses eran el salmón
que cada año retorna como el año
y que va al mar y el oso pardo,
una montaña que muge
y que el filo de lanza abate,
y el pesado bisonte y el tigre rayado,
que se quedó en Siberia
y que la manta del navajo evoca:
extranjeros, ellos serían América,
la múltiple figura que no supo Balboa y que Pizarro
abandonó a la imaginación de un franciscano.
De hueso, no de madera y de noche
serían sus dioses ni de la piedra
que labran los pueblos de una tierra supuesta,
entre la niebla de sus transmigraciones.
Eran crueles y antiguos como el Asia;
fundarían imperios en la aurora y en México,
reinos en Bolivia, fortalezas
donde un signo inequívoco mostrara
la voluntad de estos dioses:
un águila en el aire arrebatando la serpiente,
un árbol singular, como un recuerdo
de las llanuras heladas y el Mar Blanco,
que ya sólo evocaban los viejos moribundos
y el Sueño, que es eterno.
Alzarían Tenochtitlán, el Cuzco
y el enigma silencioso, Tiahuanaco,
en la isla de Pascua graves rostros
que contemplan todavía su gran marcha;
otros, sin embargo, volverían
al corazón de las selvas y al olvido,
como los muertos al pasado,
al país de la cuna y de las tumbas.
Mañana, todavía, aún faltaba,
nuevos extranjeros alzarían
ferrocarriles, calles, edificios,
calendarios regidos por el sol y no la luna,
venidos de otros Beherings y otras fechas,
en nuestras claras ciudades, oh ingenuas tierras,
seremos siempre dobles:
uno solo y muchos, hombres de ninguna parte.


JOHN KEATS

Caen sobre él los actos inútiles del día.
John Keats recuerda y es también de otros el recuerdo:
humillaciones, rostros y palabras
hacen de un pozo la noche repetida.
“Fanny Brawne me has alejado,
tú me has acercado a Keats y era lo mismo”.
Suena tan distante el Mar del Norte
para ser cada segundo todos los mares,
pero si lo que fue y será mañana brilla
en su oscura hora presente, ese hombre pequeño,
inclinado sobre el verso, lo adivina.
Presiente que será uno y va a ser todos
cuando es tan caro el precio de eso múltiple:
ya no lo amparará el primer fervor por las palabras,
no aliviará sus horas la furia, perdida, de estar vivo
ni lo protegerá la noche pedida de ningún olvido;
nada lo salvará de tanto
que es, en su medida, tan un poco.
John Keats será John Keats, será nosotros.

JÚBILO Y CAIDA

Armonía primera allí te vi, no era necesario
mirar las partes de tu reino entero pero allí te vi
y no quise detenerme en tu orilla, tu orilla
que está en las simples cosas llenas de tu ondulante sombra.
Qué delicadamente, luz en la luz, centro del día,
te corporizas o eliges una sencilla forma cuando nos prestas tus ojos
y cómo un eterno amor nos lleva de la mano
a tus criaturas, allí donde eres sí,
en lo animado, la infinita danza,
la queja misma de cuanto existe.
Alta serenidad todo es tu vaso y cada uno
declara tuyo un color nuevo. Es abril
de un año que para ti no cuenta y sin embargo
un dulce calor te trajo aquí a mi lado. Era yo apenas
una certeza esta mañana y la espuma del sueño
y los lados del día se apagaban en mí.
Bastó pedir, correr a tu contagio,
para que un soplo sobre las cenizas que empolvaban las cosas
encendiera de nuevo el mundo de carbunclos,
las amatistas del aire... ¿las múltiples facetas
de tus brillantes vidrieras, de dónde vienen,
de qué sima profunda o de qué cima pública y expuesta,
de qué otro tiempo apenas visitado,
apenas entrevisto en el fuego del fuego?

Peor ayuno no hay, que el que hay de ti.

ENTONCES, EL CANTO...

Cruza tu voz los círculos del sueño,
como si un dios antiguo te cerrara la boca,
¿detrás de qué otros cantos
sin estela en qué aguas?
Es de día en tu sueño bajo un sol diferente,
sonámbula a la vez en la orilla y el centro.
Oh no despierten a la elegida
en las profundas gargantas de las cosas,
que nadie, cruzando la habitación,
salte dentro del sueño
por caer en sus huellas sobre cuáles caminos;
nadie, ni los sonidos ni mi mano,
que existen en donde existe el tiempo,
agreguen sus llaves al enigma;
no cantas, eres tú la cantada.
En la mañana ardiente de los ojos cerrados,
escucha los susurros, las vetas minerales,
acaricia las sombras, reclama otra estatura,
la trae hasta los hombres.


de GUERRA, EPITAFIOS Y CONVERSACIONES
 
  LAO-TSÉ PREPARA UNA SENTENCIA

Nada de lo que diga
Puede desviar la caída de una hoja.
Una palabra no
Frenará la otra.
Es inútil que a éstos
Que me escuchan dedique
Una verdad: la harán pedazos.
De sus pedazos nacerá Lao-Tsé.

POR QUITARLE A LA MUERTE SU SOBERBIA

Un amor absoluto, para el que no existe
primero ni último, golpea sobre el mundo:
en el más humilde y en el más soberbio
canta la canción del hombre.
Bajo las máscaras vacías e intermedias
un amor absoluto, para el que no existe
primero ni último, resuena escondido,
más allá de los gritos
y la apretada melodía de la desesperación.
Aún más allá. Es el eje íntimo y viviente
el que canta, el que musita las palabras
como un talismán sonoro,
una pedrada en la frente
de los desmoronados mundos.
Un amor absoluto,
para el que no existe
primero ni último,
anima estos silencios,
estas ficciones que tan sólo intento
por quitarle a la muerte su soberbia.

LAS VIDAS ASOMBROSAS

Muchos son los rostros que habitan
el enorme país de la distancia.
Largas caravanas han partido y luego otras,
las guiadas por dioses imprevistos,
han colocado extranjeros a nuestro lado:
ellos nos han mostrado
sus telas multicolores, sus palabras,
los exóticos animales de la infancia
y algunos, sólo algunos,
flores de oro irremediablemente perdidas
entre vagas memorias y sentencias.

Trabajadas lejos, en vidas asombrosas.

Quién logrará cubrir a grandes pasos
el enorme país de la distancia,
ver el conjunto de los rostros
y oír en la noche sin asombro
el coro de las voces,
el coro de las voces que retumban allá lejos,
en los ignotos campamentos
que preparan sus caravanas para venir a vernos.

Ir más allá de sus fuegos,
de sus distantes señales,
llegar antes que Dios
al pecho de los hombres.

LAS LÍNEAS DEL MUNDO

Quien ve a las líneas del mundo
unir a la desdicha
con la alegría sin tiempo ni motivo,
a la ceguera del hombre con lo luminoso del hombre,
al cobarde, al justo, al tonto
(que asiste a la ceremonia del crepúsculo
asombrado, muy quieto, flotando sobre el agua),
nunca se vuelve altivo
a contemplar la guerra que incendia
el lugar donde vibra todo esto.
Ya nunca sueña.
Abre los ojos despierto, abre los ojos dormido.
El que ve a las líneas del mundo
servir de trampolín a los pájaros
y de escalera a las almas,
sabe por qué no vuelan
y se guarda de contarlo.
Otro será su interés:
él querrá trepar por ellas
disimuladamente, sin un solo comentario,
sin que nadie note la ausencia del desertor.
Feliz, ignorado por todos,
vagará por la tierra sin nombre
con su precioso secreto, ese momento en que espió:
él conoce signos que lo conocen,
hace su propia ley.
Y por fin, cuando se retira,
como un oscuro bulto con corazones de tormenta,
hacia la tierra oculta en esta misma tierra,
que guarda de toda noche el sol,
no olvida, ni por un momento,
que el tiempo está en su red.
Sabe que no hay milagros, sabe qué cosa son.

Algún día todo será plenitud.

 

de FRACTAL
  LA BESTIA DE LA AURORA

El gato perpetuo en la mañana absoluta
está gritando que es bestia de la aurora,
¿y quién oye al mínimo animal que encarna,
sino el árbol de oro a cuyo pie repite,
se desgañita?
Está hecho de animales
como una fábula antigua,
pero ni aquellos frisos encanecidos
por el polvo donde duermen los imperios,
ni la fresca novia del amanecer alcanzan
para adelgazar el oído que duerme,
que duerme aunque hace mucho es de día.
Brutal sombra que ves
con indiferencia la sombra de tu sombra
y la de todos hundirse lenta como un barco
en el océano que alardea de ser
la única, posible sombra,
como todo lo terrible tú pareces pedir apenas
una caricia inconsciente de lo frágil,
simulas ser un sirviente y eres el amo que distingue
entre el árbol de oro y la raíz,
por siempre hundida en la tierra,
volumen apenas de la sombra.



CATÓN, EL CENSOR

“Duda como un griego pero actúa como un romano”,
acaba de decir hace un rato,
perdido entre los pliegues del pasado,
a un niño poderoso que domina
su suerte y la del mundo que lo escucha.
Hace un rato, apenas: el tiempo es el tiempo que repite
las voces de Catón y otras maneras.
Sobre el eco del aplauso se ha enroscado la hiedra,
hoy otro Mediterráneo divide la tierra de la tierra.
Pero él sigue envolviéndose en su manto,
victorioso sobre el emperador y los mortales,
huyendo hacia su villa donde el ánfora
y el pecho de dos adolescentes aún le esconden
el peso del papel representado,
las arduas consecuencias para otros
que son la duda griega, quién y cuándo.

EL MAR DE LOS ANTIGUOS

No volverá jamás el mar de los antiguos
a rebañar las costas creadas por sus olas.
Un año de ancho, una vida de largo,
se sumió en la honda bocanada del fondo.
Con él las bandas de Erik el Violento
y la pacífica vela de otro ladrón, fenicio,
doblaron para siempre ese horizonte blando
y abajo el precipicio que los tragó
a todos como se cierra un libro.
Ni el ceñudo pirata que un día fue
estatura y bronceado y sombra,
ni el traficante sofocado bajo tricornio y títulos,
tuvieron el poder de detener
aquellas otras olas que se llaman horas;
menos el múltiple ahogado, ése sin nombre,
puede asomar la cabeza ahora
para su intrépido persistir
bajo la luna, a solas.
Ah mar de Eneas y de Ulises
que no eras éste y eras
la cuna del delfín y las especias
y el camino del oro y siempre, lo Otro.
Qué portugueses y españoles eran
cuando eran los que eran en el mar.
¡Y el junco de esa otra historia, la ignorada,
que salía a él bajando de los ríos
como una rama armada de astrolabio,
con hombres amarillos bajo la tensa seda
guardando sus secretos, sus caminos y sus signos!
Veo entre peces voladores
cabalgar la trirreme del romano
y al bajel del griego salir de la zozobra;
todas esas ambiciones que iban tras las Hespérides
encalladas en el arrecife del Minuto.
Y la Sirena, el paganismo de a bordo
recubierto de escamas y colocado fuera,
y el oficial Leviatán del Viejo Testamento
condensados en la ballena blanca
que surcó todavía, en mil ochocientos y tantos,
el querido inolvidable mar de los antiguos.

DEJA QUE HABLE EZRA POUND

Si no tienes nada que decir cállate
deja que hable Ezra Pound
desde las sombras el espléndido anciano
desde la fina línea de agua
el magnífico anciano
te muestra los genuinos billetes de su fortuna
y todos brillan legítimos peces
de un río infinito que sí
ése nunca se detiene.
Si no tienes nada que decir cállate
los altos caballeros las damas abigarradas
que vivieron y murieron y nacieron por esta sola causa
no pueden tener al lado
el tartamudeo de un enano
la cojera de un monedero falso
que delata que el oro de sus verbos
carece de aquella delgada línea de agua
esa finesse salvaje la impecable mancha
que no adorna la cabeza del animal escrito
-que cruza sólo un instante por el papel-
sino que sale de adentro del animal desfondado
de las vísceras vivas donde corre la sangre real
-ésa de donde proviene el color del colorado-
y palpita afuera como un monstruo de luz
como una imagen sin otra capilla que cada cosa
de cada universo posible e imposible
la que podría muy bien ser adorada
de pie y sin velos sin altares ni nada
-ni siquiera acólitos-
bajo el nombre de nuestra señora de los verbos
nimbada de estiércoles y nervios
de eclipses y novas oh tú
alta y baja sublime maliciosa
poesía que reinas sobre la amplia noche
y el delgado día
.

de EL PASADO Y LAS VÍSPERAS
  CÉSAR VALLEJO

Por los corredores de la imaginación ir caminando,
libre y solo para siempre, como cuando era
y no sabía que era un niño,
hasta olvidar que estoy imaginando.
Que esta carne pesada, que orina y suda,
en una o dos ideas se resuma
o vuelva bien atrás, a esa casi nada
que casi nada ve en su cielo nublado.
Devuélveme al chimpancé o hazme sólo literatura,
mas no me dejes la condición de hombre.
Esto que todo lo pesa en mí
afuera no pesa nada.

 
de LA YEGUA DE LA NOCHE

 

LA YEGUA DE LA NOCHE  

“The nightmare, mare of the night...”
“La pesadilla, yegua de la noche...”
Robert Graves

Carne que carne fue
Y amada fue
Y hoy es literatura.

Muerte que pudo ser
Y no llegó, al menos hasta ahora
Que su dibujo hago
Sobre este papel, efímero.

Esplendor que no me estaba destinado.
Hombres que no fui y no seré ya nunca,
Horas que sin venir me habían antes abandonado.

De día y de noche veo el alto caballo,
Negro de tanto contener estas cosas,
Que me observa y lo hace sin cuidarse
De papeles y de manos.

La franca pesadilla, su yegua pasta en mí
Y tú me entiendes, Robert Graves,
Bajo el suelo que guarda tu apellido.


KUSTENDJE, A ORILLAS DEL MAR NEGRO

A José Kozer

Me decías en tu carta que es bella Kustendjé,
cuando los chinos y el viento llegan del Mar Negro
y que no lejos de la estación de ómnibus
hay una piedra donde -te dijeron- se sentaba Ovidio
cuando se llamaba Tomis y era su destierro.

Nadie, la divinidad, nos salve del favor de los poderosos,
que de los cambios no se salva nadie.

Que ayer demolieron la última estatua de Lenín
y que en Tomis él lloraba la Roma nocturna,
risueña, la frívola lectura de poemas de amor,
la arrepentida resaca del mediodía siguiente,
cuando con otros ociosos comentaba licencias,
conquistas o rechazos, en los baños o en las calles
de un mundo que reía para siempre.

Me decías en tu carta que todavía murmuran poco inglés
y que mientras hablaba solo y espantaba las gallinas
con la voz de sus hexámetros, seguía siendo Ovidio
aquel viejo andrajoso, el mismo que otras ropas
y cabellos y perfumes presentaron a Augusto.

Que ya sabías por qué las piedras y los versos
cambian, cuando cambia la mirada, así como
-antes de la metamorfosis- Ovidio supo
por qué la poesía le interesa a nadie.

Luis Benítez
Argentina

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