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SIETE
POEMAS SIMULADOS |
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Pompeya |
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Entro por el
pórtico célebre a Pompeya como un plebeius a recorrer
la ciudad en ruinas, a mirar con piedad a los serafines petrificados por
la lava. Es verano y los baños parecen aún estar abiertos
con sus aguas termales. Calpurnia entra altiva a su hortus rusticus
desde donde sale olor a esencias aromáticas. Hace calor y
los abejorros zumbando se posan sobre las margaritas y en su túnica
púrpura bordada con hilos de oro / muy ceñida a su cuerpo
/. Es una bella prompeyana con ojos dorados como la hierba de Bitinia-Ponto
en plena resolana. En las alcobas las muchachas perfumadas / con bálsamos
florales / duermen la siesta sobre camas de pétalos de rosa. Un
mancipium entra al emporium, / a todo galope a la ciudad
/ donde se junta la muchedumbre. Grita con su voz ya desgastada que el
Vesubio se desborda en torrentes de escoria y piedras. Corremos con los
más jóvenes durante horas hasta llegar exhaustos a unos
farallones que brotan de un mar verde y azul cobalto. El volcán
vomita sobre Pompeya y mi memoria. El volcán expele su barbaridad
hasta vaciar su vientre asqueroso. Un andante en sandalias viene caminando
de Herculano sin saber que Nápoles existe en el litoral. Aún
palpitan las pústulas con su purulencia amarillenta que tiene su
cuerpo lleno de llagas. Un candelero derrama su óleo sobre la impávida
tibieza de los amantes que copulan, después vendrá la lava
que los empedrará perpetuamente. Pompeya era hermosa, nuestras
locuras incluían la fatalidad de la pécora que se aparta
del rebaño y sin embargo sigue siendo animal en gustos y demencias.
Ya no hay nada más que soportar bajo los párpados y envejecer
el alma. Seguiré camino hacia el sur / a Scilla, / donde todavía
puede escucharse el canto de las sirenas y quizás en alguna playa
me encuentre repentinamente con Ulises (en una nueva travesía)
y compartamos una cena con Nausicaa. |
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Diario
de Zeus en Atacama |
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En este bajío
de la costa de Atacama, en esta parte del camino, resaltan más
las constelaciones como si fuera un torrente de margaritas que dejan su
estela brillante en el cosmos y lo demás fueran pegasos negros
que con sus cascos aumentan la negrura.
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Tierra
Ignota |
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Desciendo la vista desgastada y ya no logro comprender los textos adjuntos. Aumenta pues, mi pesimismo en un paraje abandonado en medio de los montes. Tal vez Vallenar o Quillota. Ya no soy el maestro que da clases en un término antiguo del caserío y por ello siento la apatía total del indigno. Miro los mapas con dificultad y una intensa lupa me deja recorrer una cartografía de Alderete en la que abundan los hongos, los helechos y las mariposas negras. Los derroches de los encomenderos y el maltrato de los indios" me impacientan ¿Por qué no traer negros – consulta el custodio de los fondos de la Capitanía?. ¿Por qué no apreciar la fuerza bruta de quienes no tienen alma? Fue en el último
verano en Tucapel después de García Hurtado de Mendoza y
esa noche llegó a mi casa el. gobernador Martín García
Oñez de Loyola, Sus palabras suenan romas y seseadas sin gozar de otra ilustración que no viniese de su olfato. El Almirante Pastene - en cubierta - antes de llegar a la dársena de Valparaíso me confiesa que desprecia a ese adelantado. Miramos las colinas y parece que se acercaran aviesas al mar. Sentados en unas rocas la indiferencia nos impide comer crustáceos recién extraídos del mar, mientras revolotean unos petreles orgullosos Los soldados hacen una fonda de lonas y ramas de quillay y un candil de sebo titila en mi ceguera. El ruido del mar contra los acantilados aumenta y se fortalece como un dominico sentenciando en plena Inquisición a un grupo de presuntos herejes . Nadie tiene deseos de hablar – están rendidos con el absolutismo del Pacífico, sus inmensas olas y borrascas contra nuestras pequeñas gabarras de madera con unas míseras velas de algodón y cáñamo. Los vigías susurran como mochuelos inquietos para darse valentía - De esta manera fueron las bulas de deidades y señoríos tardos y ásperos - para corroernos el equilibrio, siendo infantes huérfanos en tierra ignota. Una guerra para tropezar con algo que satisfaga la voracidad de los hidalgos y de los grandes de España. Se divisan a lo lejos las fogatas y las tolderías de los changos que observan a los recién llegados Son muchos los soldados del imperio que desean volver a la miseria y a la cochambre de Extremadura o de Castilla. ¿Para qué estar entonces tan lejos de Dios y tan cercano a la muerte?
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Así
se fundó Castilla |
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El castillo de Lara tiene las
puertas cerradas para que no entren los foráneos Un curandero ha encontrado un
ungüento que alivia todos los males. En las amanecidas
las más jóvenes acceden en seguida al placer de los sementales
viejos. Despiden una palpable emanación a calentura, a hembras
en celo, y una secreción rastrera de estambres a gineceos fructifica:
Unos enredados sobre otras, florales y desfloradas. Los abejorros aún
con apetito voraz: florecientes. Satisfechas ellas de polución
y de rocío: marchitadas Un infante ha
sido parido sano en la decrepitud de la Edad Media |
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Sueño
de un nigromante |
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El
páramo de la indiferencia |
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Una lagartija desorientada se acerca a la barrera de adobes al salir la luna Las cigarras y los grillos ensayan sus salmos nocturnos en el páramo de Tindouf. Son espejismos de un extraño que viene del pedregal en una caravana de camellos blancos. Los insectos acrecientan sus cantos gregorianos en este nuevo trastorno de demencia que plena mi razón con infantes en guerra. La Legión Extranjera, los guerreros saharahuíes, por prudencia Salem mi acompañante se queda en total mutismo. Ahora unos bereberes entonan un himno de combate alrededor de fuego con sus alfanjes en alto Mi orfandad inútil de recién nacido en la aridez desértica me acobarda. ¿Qué hacían las tropas francesas en Argelia? Parece que mis ancestros estuvieran aún en Tassilih como pintores rupestres. Quizás estuvo allí mi bisabuelo Domingo Aguilera o sus progenitores. Tindouf es marga endurecida, caliza desvanecida con el sol diurno Entro a La Daira de Dchera y me animan los vocablos de los muchachos que juegan en la sequedad de la planicie. Esnefer cuece un pan ácido en un plato de metal y los viejos tiran unas piedrecillas en un juego dogmático para viejos. En Rabuni las aves rapaces regresan a perseguir ratas antes de que ensombrezca y dos alacranes gigantes se disputan una lombriz sobre la caliza muerta. ¿Y si reaparecieran los consorcios tras el fosfato?.¿Habría historia? Una niña morena me pide una moneda con su imaginación alargada tras de sus manos. Veo tiendas con luces ciertas en una abandonada identidad. Saharahuíes sin patria y sin fronteras. Las dunas se enrojecen al término del día, se disgrega el espacio. El desierto es distinto a mi tierra, sin espesura. Un reptil perdido se allega a la pared de arcilla al emerger la luna. Es la melancolía que trae el aire en la enemistad de la noche en el erial de Tindouf. |
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Reminiscencia |
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Soy el ángel caído el animal de tus propias fábulas en palpable catadura los párpados húmedos los ojos en llanto azorado e irracional en la noche de mi despedida. La trama del olivo bajo el sol el regreso desflorado en tus caderas el sexo ahíto y el ánsar grazna al mismo tiempo en la penumbra y en mi oído qué pudor tan sonrosado si hay capullos en flor en la tangencia del tacto en el tejido desnudo con el olfato cercano a tus pechos y a los bálsamos del Asia Soy una fiera fingida manifiesta en sus antojos. pero qué conservas tú de la doncella en ti que guardas tú en ella de su antiguo fulgor así la estirpe cándida la mezquina saciedad del cabrío de pronto siendo mujer en vestidura de ímpetu y en rapto Es así que profiero estas palabras la luz en lágrimas el deleite es perpetuo cuando el animal ama y vuelve a la caricia a la reminiscencia de los años corpulentos a la despreciada sensatez de los sentidos a la perpetua ambigüedad de la calma. |
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Sergio
Badilla Castillo |
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