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A LA SOMBRA DE | |
Vera,
con sus orejitas de xilofón sin teclas, sus labios de playmobil,
su espalda de rosadísimos pétalos, suele arañarme
brusca, muuuy dulcemente, cuando sueña demasiado.
Todas las noches, todas las
noches sucede lo mismo. No araña, no, como las
fieras salvajes o los candados sin llave. Y luego, luego, habrá
de dormirse. En cambio, si hace calor, le agarra por el lado de la expansión (digo, con indisimulada sonrisa de afecto). Algunos microbios y seres invisibles (duendes, hadas, dragoncitos) se amuchan alrededor, un ecosistema se arma la flaca que da envidia. Duerme. Eso sí. Todas las noches. Sus piernas robustas, troncos
inderrumbables de eones, se multiplican, en serio, y nacen miles hasta
la almohada, rotando, girando sobre sí mismas (ellas, las piernas,
los dedos, las rodillas). Así, contorsionista Vera (y sólo
así) se dispone a ahorcarme con su aliento. Mññ, pienso, frunciendo el ceño. Es hermosa, la observo. Es
Inmensa. Es Mía. Y es, más allá de sí misma.
Su aliento entonces revive,
sus piernas, y toda ella envuelta en luchas físicas consigo misma....
y en tanto, su seno de ménade se vuelve oscuro, amarronado, áspero.
Finalmente erguida, su cuerpo
es un cluster de piel y carne. Le nacen pimpollos en la pancita, hojas
en los codos, escupe algún frutito mientras danza inmóvil
y rígida sus sueños bucólicos. Morfeo ausente definitivamente, me siento a leer sus cuentos de fantasmas. Y enojada, enfurruñada ante el amanecer que me devolverá a la mujer que realmente sos, Vera, me pinto las uñas de verde manzana. Todas las noches, todas las noches sucede lo mismo. Pues, Vera, comprendeme demonios,
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Natalia
Cháneton |
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