Mar de silencio
Manuel Parra Pozuelo
 
 Pilar Manrique Blanco, llamada en los ámbitos del cotidiano acontecer Pilar Blanco Díaz, ha escrito un hermoso libro titulado con las mismas palabras con las que encabezamos este artículo, que ha sido distinguido con un accésit en el premio de poesía Ciudad de Las Palmas del año 2003 y editado en junio de 2004, dentro de la colección correspondiente a las publicaciones del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria.

Nos hemos permitido sustituir su primer apellido por el del inmortal autor de las Coplas a la muerte de su padre, porque su texto es una actualización y personalización del dolorido sentir que inspiró hace más de seiscientos años las estrofas manriqueñas. Para ello, Pilar utiliza como encabezamiento o presentación de sus poemas, escritos en metros diversos y múltiples entre los que se incluye un soneto, palabras de su venerable precursor en reflejar la tristeza ante lo inevitablemente temporal.

No obstante, la perspectiva desde la que se contemplan nuestras vidas que, sin duda, en ambos casos van a dar en la mar que es el morir, es absolutamente distinta y yo diría que opuesta en la visión de Pilar y en la de Jorge. La medieval consideración encuentra su consuelo, su compensación y su premio, en esa vida tercera en la que la contemplación de la divinidad colmará nuestras almas de una felicidad y paz inmutables e imperecederas. Por el contrario, en el poemario de Pilar Blanco, las ansias de eternidad, que son consustanciales a nuestra especie, no encuentran ningún tipo de consolación y son, por tanto, sólo causa de dolor y frustración, tal como bellamente expresa Pilar, cuando dice: ‘Mandíbulas sin dientes ante un festín eterno’. De tal modo que el cielo que superando su visible y concreta existencia es, de acuerdo con la medieval creencia, la representación de un espacio en el que los hombres disponen de una existencia inmensamente gozosa, no es otra cosa, según el contemporáneo sentir con el que coincide nuestra poetisa, que la expresión del más profundo y unánime de nuestros deseos que ha de ser irremediablemente insatisfecho. La constatación de la inexorable temporalidad adquiere aún más dramatismo al advertir que, según Pilar Blanco, al tiempo que estos versos estaban siendo escritos también ella se aproximaba hacía ese Mar de silencio que es el rótulo de la portada, la síntesis del contenido de su libro y el lugar al que efectivamente todos estamos siendo conducidos.

Es, por tanto, el frustrado deseo de perdurabilidad el que da lugar al texto poético de Pilar, y es esa agónica lucha la que alienta en sus poemas. Como en el interminable viaje a Itaca, lo definitivamente trascendente no es la arribada a unas inexistentes playas en las que la inmortalidad fuese posible; lo decisivo que en el poemario se contiene y trasmite es el grito, el gemido o el susurro que, en el dificultoso y arriesgado camino, surge inevitable de las gargantas de los peregrinos hacia la más absoluta y concluyente de la nadas.

Mar de silencio
(selección)

Pilar Blanco Díaz

Porque todo ha de pasar

 

Cuando la vida cesa
en su palpitación y los días se alargan
como hebras larguísimas,
como abrigados sueños.
Cuando nada interrumpe la paz de los océanos,
su remoto rugir amordazado, en calma,
parece el sol girar y darle cuerda al mundo
que conocemos, ser él el movimiento.
Y nada pasa.

 
Qué es el morir
 

 

Si con los dientes arrastramos la vida
como fardo imposible
que el andar esclaviza, que nuestro avance frena.
Si con las uñas rotas aferramos los sueños,
sus jirones dolientes,
lo poco que resiste
a la humedad, que es gotear de tiempo.
Si en círculo seguimos una ruta endiablada
en la que somos lastre de nuestro propio empuje
y empedramos con sangre el camino de otros.
Si alimentamos odio
y no piel tersa, miedo
y no la superficie de dos cuerpos amándose.
No cabe ya soñar con travesías míticas
no cabe salvación en la mirada opaca
que tendemos. Mentira,
sólo asentir, ceder. Nadie empuña las riendas
del azar desbocado que corre hacia su instinto.
En sus ojos ondea
la desesperación de las almas perdidas
de las pasiones mustias.
El río de la vida llevó al mar su silueta.

 
¿Qué fueron sino pesares?
 

 

Inventamos la vida
como un vasto engranaje de soberbia y de miedo,
de oropeles y llanto.
Oponemos endebles tablas al huracán
y éste nos zarandea, hace crujir los huesos,
estremecer el alma; juega con nuestro peso que se esparce y astilla.
Presos del torbellino, hojas sin voluntad que el destino golpea,
agitamos las alas que nunca hemos tenido
y fingimos el vuelo.

 
Que bienes son de Fortuna
 

 

Ojalá recordaras
que detrás de unos párpados cerrados sigue existiendo el mundo,
que eres tú quien no ve,
no el universo entero que cesa en su latido.
Insiste la materia en su respiración. Todo perdura,
aliento en el que tú eres hoja, eres suspiro, instante.

 
Por sufrir esta afrenta
 

 

Siento que acaba aquí, cuando todo comienza,
cuando los días se suceden vertiginosamente
dejando apenas piel, células muertas cuya vida huidiza
sustituye a la vida de límites reales.
Siento que nada llega, o que todo se mueve
sin perder su quietud, llevado por un vértigo
inabarcable, loco;
siento que no hay frontera, los otros son su margen,
la cabeza abatida o el camino humillado
de los que han de quedarse, ser polvo del camino.
se agiganta la nada en sus espacios con hambre de contorno,
con sed de sentimientos engullidos
y un alarido sucio e inaudible
se vierte de este a oeste y nos vuelve más sordos
y tal vez más sumisos.
Somos los estertores de un mundo que agoniza
en su estrechez metálica.
Mutación –gritan otros-
de crisálida a turbia vida de alcantarilla.
Las manos han perdido la solidez del tacto,
su forma de caricia, la predisposición
a estrecharse y fundir su sangre o su miseria.
Necias manos erguidas,
desafiantes ahora en su alentar de huesos.
¡Si al menos no pesara
tanto la tierra! Si fuera suficiente
la cobertura tenue de una lágrima y llanto,
de una brizna de polvo y tumba entera,
de un tañido lejano y golpe de sonidos, si fuera eso bastante
para parar el trance inevitable,
la fría frialdad del último gemido...
La Nada se detiene y sigue siendo nada.
La vida se detiene y ya no es vida.

 
Mar de silencio. Pilar Blanco Díaz, Ediciones Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Colección Poesía, Las Palmas de Gran Canaria, 2004, ISBN: 84-88979-60-6
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