Tratando con la moral católica
Ricardo Azuaga *

 

A través de una estructura basada en niveles narrativos que se van yuxtaponiendo de manera más o menos significativa, La mala educación intenta recrear dos momentos históricos cuyo recuerdo, por diferentes razones, aún despierta la sensibilidad entre los españoles. Por un lado, la época del franquismo y el nacional-catolicismo como ideología del Estado, abrumadoramente represivo, antilaico y centralizador del poder, y por otra parte, los años finales de la década de los setenta. Ese momento que se ha dado en llamar la transición y que, dejando de lado sus aspectos políticos más destacables, suele conocerse por el famoso “destape” y la movida madrileña. Así, enfrentando estos dos contextos, el autor pretende hablar de los efectos causados por la dictadura franquista en la España reciente.

El primer nivel presente en el filme –siguiendo el orden de los acontecimientos y no el del modo como éstos son narrados- se desarrolla hacia 1964, en el internado católico donde se conocerán Ignacio y Enrique (Gael García Bernal y Fele Martínez respectivamente), los protagonistas de la historia. Allí van a recibir, como todos los ciudadanos españoles de la época, una adecuada formación cristiana.
A lo largo de esta secuencia se desarrollan dos episodios notables. Ignacio, cándido prepúber con una dulcísima voz, recibirá los excesos afectivos de su preceptor: el Padre Manolo. Al mismo tiempo, asistimos al nacimiento del amor entre Ignacio y Enrique, con la carga de sexualidad entre niños que es posible mostrar sin herir la sensibilidad del espectador. Tal mezcla de situaciones no puede desembocar sino en una tragedia. O mejor dicho, en un melodrama.

El amor entre hombres y el abuso infantil hacen aquí su aparición. Del primero, se hablará más adelante. Centrémonos ahora en el segundo tema. Los escándalos sobre el abuso infantil que ha debido enfrentar la iglesia católica han abierto más de una herida: en la propia iglesia y entre sus autoridades; en las víctimas, claro está, y han pasado a formar parte de ese bocadito de morbo que todos los días nos ofrecen los medios de comunicación. El señor Pedro Almodóvar echa mano del asunto con la excusa de hablar del franquismo y, por necesidad, de la iglesia católica en aquel período.

Sin embargo, ya sea por error, por descuido, habilidad o astucia, el modo como es recreado el contexto atenta contra cualquier exploración profunda de la época y su ideología dominante. Al hacer del internado y sus bucólicos alrededores el único marco de referencia, los personajes quedan aislados del mundo exterior –no se trata, por cierto, de un huis clos-; por lo que cualquier mención a la vida política o social española resulta excluida del conjunto. Algo semejante sucede con la iglesia. La institución eclesiástica, sus principales instancias y autoridades, no aparecen representadas en modo alguno. Tal cosa se pretende, apenas, con la introducción de dos personajes claramente individualizados: el Padre Manolo, tan sensible a la música y a la belleza que no puede evitar su doloroso amor hacia los jóvenes, y el Padre José, tan cruel y servil que no pasa de ser una simple caricatura. En ese sentido, Almodóvar no miente cuando confiesa, inocuo, que su película no es un ataque a la iglesia. O sea, que esa forma de acoso no se aprecia como una muestra de la corrupción estructural en la institución, sino como una circunstancia más o menos posible en ciertos contextos educativos.

El segundo nivel narrativo resulta un poco más complicado. Se desarrolla hacia finales de los setenta, el orden de los acontecimientos no es cronológico y se va fragmentando entre la realidad diegética propiamente dicha, una ficción literaria recreada en imágenes y la historia de esa ficción al ser filmada por Enrique, ahora cineasta de éxito. Ficción dentro de la ficción, cine dentro del cine, personajes que suplantan a otros personajes, actores que representan varios personajes o varios personajes representados por un sólo actor y una que otra analepsis (o flashback) colocada hacia el final del texto fílmico para que todo quede claro. Fragmentación, juego de espejos, oposiciones y sustituciones.

Dentro de toda esta maraña narrativa, lo primero que se destaca es la nueva relación que establecen Enrique e Ignacio, un actor desconocido en busca de trabajo y con un nombre artístico nuevo: “Ángel. Llámame Ángel”, repite García Bernal a lo largo de toda la película. Así, por una lado estaría el renacer de aquella pasión infantil que en realidad sólo padece Enrique y en segunda instancia, aunque mucho más importante como eje narrativo, se presenta la investigación que éste realiza sobre el pasado de su supuesto antiguo amor. Investigación que desemboca en el descubrimiento de una muerte –un crimen- y le da al filme los visos de cine negro de los que se jacta su realizador.

Estas dos situaciones apuntan a un tema: el amor entre hombres o la condición homosexual. Y para hablar de ello el autor recurre a dos fórmulas ligadas a la narración.
Una tiene que ver con las transformaciones de los personajes. De aquel amor infantil queda muy poco. Por parte del triste y solitario Enrique, apenas cierta añoranza y una pasión muy contenida; para Ignacio, cuyo verdadero nombre es Juan, ese amor es una experiencia ajena a él que parece influir en su ambigua sexualidad, y que terminará utilizando para su propio provecho y perdición. En este sentido, la ambigüedad del personaje va más allá de lo sexual. Porque finalmente Juan no es un psicópata. Ama a su madre por sobre todas las cosas como obligan los mandamientos del planeta Almodóvar, y si comete algún crimen sólo lo hace para mantener el orden establecido: el orden que representan la armonía familiar y su propia estabilidad laboral.

La otra forma de composición también es de índole narrativa, pero se relaciona con la elección del género recreado. En este caso el cine negro y, en particular, una película: Vértigo (Vértigo, Alfred Hitchcock, 1954). Al igual que las transformaciones de los personajes, la elección del género conlleva una elección ideológica: la bajeza moral, los sórdidos escenarios, los delitos de poca monta conjugados con crímenes premeditados, los engaños y traiciones forman parte del contexto y de los personajes. Si eso va asociado a la condición homosexual, no hay que hacer un gran esfuerzo intelectual para saber que una cosa lleva a la otra. ¡Con razón el Papa se opone a los matrimonios entre personas del mismo sexo!

En La mala educación, los homosexuales son agraciados unos, otros simpáticos y hasta graciosos. Porque Almodóvar no hablará de la iglesia católica, pero sí de los homosexuales. Y en su mundo todos ellos están destinados al sufrimiento: el verdadero Ignacio a causa de las drogas y su mala vida; Enrique, por la soledad, el desencanto y los amores fallidos; Juan, con su ambigua sexualidad (1), por el amor a su madre, el crimen y el fracaso y Paquito –el travesti cómico que ya se repite en muchas obras del autor-, por su poco seso.

En definitiva nuestro autor es producto de aquellas enseñanzas que le inculcara, como a cualquier ciudadano del franquismo, algún sacerdote en su colegio de La Mancha. Así, sus filmes no suelen ser más que un comentario escandaloso sobre situaciones más o menos delicadas. Pero el escándalo siempre es mínimo y sus historias, inocuas, “no duelen ni manchan a ninguna institución de la monarquía o de la social-democracia” (2). Muy lejos está el reconocido cineasta de la verdadera provocación o de la trasgresión. Y eso es bastante grave cuando se habla a una sociedad que, en gran medida, vive alrededor de los pequeños vicios públicos, del cotilleo y de gritar a los cuatro vientos las miserias sexuales de unos cuantos personajes famosos.


(1) Lo de la ambigüedad sexual es un decir. En el texto no hay referencia alguna que haga suponer que este personaje siente algún tipo de atracción hacia las mujeres.

(2) Como bien lo expresa Alfredo Roffé en su crítica sobre Matador (Pedro Almodóvar, 1986), publicada en la revista “Cine-oja”, 23. Caracas, Sociedad Civil “Cine al Día”, 1992. A estas alturas, habría que agregar que esa inocuidad funciona también para la centro-derecha española, que ha sido el partido de gobierno bajo cuyo mandato Almodóvar ha producido sus últimos filmes disfrutando, hasta hace poco tiempo, de gran popularidad entre muchos de los miembros del partido.

* Departamento de Cine, Escuela de Artes, Universidad Central de Venezuela


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La mala educación. (España, 2004). Dirección: Pedro Almodóvar. Producción: Agustín Almodóvar, Pedro Almodóvar, Esther García (ejec.). Guión: Pedro Almodóvar. Dirección de fotografía: José Luis Alcaine. Dirección artística: Antxón Gómez. Música original: Alberto Iglesias. Montaje: José Salcedo. Casting: Josefa Cadiñanos. Vestuario: Paco Delgado, Jean-Paul Gaultier. Efectos visuales: Jorge Calvo. Efectos digitales: Pablo Urrutia. Intérpretes: Fele Martínez, Gael García Bernal, Daniel Giménez Cacho, Lluís Homar, Javier Cámara, Petra Martínez, Nacho Pérez, Raúl García Forneiro, Francisco Maestre.

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