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Niños
de los cuarenta |
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Ego
me absolvo |
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Gótico
Flamígero |
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Oración
a Miguel Ángel Buonarroti |
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Visconti:
Muerte en Venecia |
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Tierra
desconocida |
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Probablemente era la más desnuda de las hijas de Gea. Su corazón tenía un almendro invisible que, cual extraña música, seducía a los náugrafos. Publio Ovidio Nasón cita sobre su cielo desmesura de pájaros que a morir acudían a sus acantilados, donde ardiera una zarza perdurable. Tal vez la buscarás algún día imposible, cuando te cubra el mar el corazón y vueles. |
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El sueño de Coleridge |
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Traía
en la maleta de cartón un genocidio de violines, los zapatos con niebla de Atocha en el andén del corazón. Volvía a casa con el salto delfíneo del poema en los ojos, con los harapos de aquella melodía del viejo Coleridge, porque un día de marzo, con la mirada vagamente en flor, soñé que atravesaba el paraíso y que mi mano ardía de una rosa y que la rosa ardía de mis ojos como una prueba irrefutable. |
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Deambular con la dialéctica evidente desnuda y sin papel donde ser luz flipando con palabras que son como una fuente de locura y bebiendo cerveza por todos los tugurios de la noche y sintiendo la huella de mis antecesores monogramaticales respirando el secreto de las sombras fugándome violín o volador y deteniéndome en pleno vuelo por la noche fragante de la calle Judíos recordar que hace cientos de años que tengo este perfume clavado entre los ojos y no puedo, no debo revelarlo. |
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La Chicago Sim Orchestra interpretando a Dvorak un concierto de cello la mañana nublada que cargada con música huele a Caín y a Hesiodo en sus estrofas de dolor y cielo hay caminos que barruntan mi niñez en un país de sal mi adolescencia, primavera de Praga, en un tiempo de lluvia del que volaron rosas y preguntas marchitas. Si pudiera aventaría a Caín de mi pasado quiero quedarme solo con Hesiodo su censo de nereidas en noches perfumadas de heliotropos mi predilecta flor de hermético conjuro. |
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La brevedad esa palabra imprecisa que Plotino no llegó a esclarecer como causa elegíaca de lo perecedero y Valery con íntima satisfacción alzara como una copa ebria de esencias de la vida al calor de la estufa en el invierno la percibo esta tarde mientras disuelvo en la taza de música del amargo café tanto verdor que fuera, oh Manrique de los ríos de Heráclito, tras los espejos de la vida sólo momento de un momento, pájaros que volaron en todas direcciones y nos dejaran en el alma sólo el escorzo del simulacro eterno. |
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Vuelo con Peer Gynt el violín de mis dedos sobre el viento del norte un fiordo azul de músicas el verdor de mis alas toda la infancia plena sus llamas de azahar la lluvia de mi madre cantando en la cocina memorias de suspiros sobre la tierra seca de mi dolor ahora mi reino es el desierto Peer Gynt ya no existe sólo queda su música lejano cierzo mío en los fiordos azules he llorado la herida de mi madre y ya se acerca el frío viene el viento del norte entre espinas de nubes ruinas de un verso claro de Virgilio aria inmensa del alma. |
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El diluvio que viene como una balada del otoño deja siempre la calle perdida de crepúsculos cuando acaba no sale el arcoiris el cielo se ha quedado lleno de pájaros inmóviles de cuerpos que caminan por las calles como sombras de ahogados en la playa del sábado de octubre nadie podrá salvarlos de la espuma que acabará clavándoles su diente luminoso los llevará hasta el cielo y volarán de nuevo los pájaros inmóviles y el arcoiris brotará encendido con un solo color, el de la nada. |
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He puesto todos los pétalos en orden en el invernadero la inocencia en el estante alto donde una teoría de abril con golondrinas se ha convertido en resplandor que hiere mi melancólica mirada la duda en el lugar naciente del primer rayo de sol de cada día debo regarla por las noches con whiskys de hielo y soledad y la amontono sin prejuicios junto a los otros pétalos la razón y la muerte el beso y la palabra las pérdidas del alma el desamor la sombra de algún viejo proyecto no recalificado por falta de osadía y la saco a la luna algunas veces para que cicatricen sus heridas. |
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Sin mi sueño el mar no sería nada sólo una oscuridad que junta su noche con mi noche sólo una pianística magnolia de Chopín o un gran ciervo de amor que me cose al deseo de tu cuerpo o un pez en la penumbra o un paisaje donde beber la luna o un hacha fría que me cercena el alma y la eleva hacia el cielo en dos orillas mudas. |
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Sin pasaportes ni mapas de la ruta es peligroso adentrarse en el reino de la palabra sus caminos son ciegos conducen a los bosques donde la noche cae en abundancia donde hay árboles que gotean estrellas que están envenenadas donde la luz es una flor cubierta de gotas de rocío con música de lágrimas y sílabas carnívoras que matan por sorpresa la gélida gramática donde un claro de luna es sólo el agujero de una trampa. |
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La aparición de fantasmas en mis ojos es un indicio del cambio de tiempo a otros les duelen las cicatrices de las operaciones quirúrgicas hay quien presiente el cambio en un miembro amputado a mi me brotan fantasmagorías veo alas de hadas en una botella de cerveza la sombra de mi madre aparece en el humo de un cigarrillo y mi abuelo me compra caramelos y nubes de algodón en los pasos de cebra. Hoy sé que va a llover y no lo han dicho en la televisión la sombra azul de la tía Benita me ha rociado la frente de mariposas sé que ella las soñaba en las noches de lluvia en la nieve de su cama de soltera. |
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La ciudad ha sido tomada por pájaros de nieve aunque esté soleada la mañana y manantiales azules desde la tierra al cielo nacen chorros de luz frías criaturas transparentes son las casas y los hombres y las calles mojadas de pétalos de invierno y la palabra que en el poema lúcida y naciente se escarcha como una antártida de pájaros helados los verbos los pronombres la gélida gramática con su vago esplendor de alma inexplorada contiene todos los nombres las presencias son como luminarias de un cuerpo transparente que podría volar por la liviana atmósfera del día cubrir el cielo llenar la tierra de divinidad. |
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Versión
del relato INFINITO de José Ramírez Muñoz |
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Se dejó morir allí sentado en una calle que miraba al sur después del largo viaje. Cubierto de las cenizas del sol recordó lo que había sucedido desde el principio o tal vez antes de nacer del vientre de su madre. El había aprendido antes del verbo que un pájaro se detenía cada cien mil años sobre una esfera de luz era solo un instante de la eterna erosión un fugitivo momento cristalino antes de comenzar la eternidad quiso buscar los límites del Universo cruzó espacios purísimos en el que las gélidas estrellas se convertían en rosas y el mismo frío azul de la luz de su infancia era un don transparente con sonidos de sueños a quienes puso el nombre de Dios. Cansado de volar se detuvo al cabo de mil años en una calle que miraba al sur y se dejó morir allí sentado como un anciano niño transparente y solo cubierto de cenizas por el helado sol de la mañana. |
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Carlos
Rivera |
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