MARTHA KORNBLITH

 

Clínica Monserrat


Estaba permitido
embriagamos con agua para olvidar
lo que no éramos,
porque al fin y al cabo
todo había perdido su sabor.

Eramos
seres expulsados del Edén del mundo,
para nosotros
no se hacía la luz,
atrás nos habían dejado
los paraísos.

Eran cruentas las despedidas
en la víspera de alguien
que se iba a soñar
que alguna vez abriría la puerta.

Todos nos dijimos
visitamos en un mundo mejor,
pero no cumplimos la promesa.

Ansiábamos entre los muros
un horizonte que no veíamos
como un anuncio que promete
una isla de mares cristalinos.

Esperábamos a nuestros doctores
amasando el pan del almuerzo
para fingirles
que aún existíamos.
En las horas más rancias
nos tomábamos de los brazos.

A veces se nos permitía
echarnos al sol
para no vernos.

Circulaban los libros,
Wayne Dyer, Buscaglia,
Cómo vivir la vida feliz,
La universidad de la vida
y otros.
Para los más sabios
la poesía era un lugar
donde orquestar su huida.

Hubo un hombre.
Me regaló a Laing y a Cooper
y aunque predicó allí la antisiquiatría
no sobrevivió a la burla
de los conjuros médicos.

—Pintor se decía—
traficó con droga y dinamita.
Propagó ofertas de matrimonio
que tenían como única garantía
algunos pésimos bocetos.
Entonces le mostré la psicopatía
en un poema del colombiano Asunción,
Saltó los muros.

Allí encontré
las mejores metáforas.

Mi amiga y yo hablábamos
de conciertos de perros en las noches,
de ladridos que creíamos
nos llamaban a nosotras.
Supimos que el delirio era
una forma de sostenernos
en los precipicios.

Orquestamos bailes
con músicas que no sonaban.

Salvo las horas de miedo
también era posible reír.
De las reuniones de quejas,
de la carne dura,
de falsos mormones
que profetizaban nuevos advenimientos.

También recé
a un Dios que no era el mío
cuando nos juntábamos a las siete
después de la cena.
Nos permitimos mezclar
la leyenda de Cristo
con la de David y Salomón,
porque cualquier cosa era buena
si se trataba de hallar
una esperanza en ese templo.

No creo que fueras mala.
clínica Monserrat,
sólo que tenías cosas buenas y malas.
Te olvidé cuando la libertad
se me reveló,
se posó como un estandarte,
como algo que ya no me desmerece
y me obliga
en un muro de ladrillos
frente a la ventana ahora abierta.

Desde entonces
Dios es alguien
que resurge de esos garabatos
para no saber
que aún hay seres
que en las madrugadas
maúllan al unísono
llamando a sus madres.



Dime Jessy Jones,
¿no crees que mi odio sea analizable?

Me citan.
Me controlan.
Me dosifican.

Dime Jessy Jones,
cuáles son los caminos que conducen a Bridge Town,
Cinamon City, Orson Gate.
donde caigo de bruces frente a la palabra,
que en definitiva es él,
y entonces la rabia cede.

Así soy yo:
la rabia regresa junto con el aburrimiento.
¿Sería mi aburrimiento mi histeria?, dijo Barthes,
para eludirlo, disfruto una ceniza quemándome el centro
[
del cuello,
la nada, el detalle sin fuerza.

Así soy yo:
busco tu nombre en la guía telefónica,
llamo y cuelgo.

Perdóname, reconociste el sonido de los grillos en mi cuarto,
sabías que era yo (era la una de la madrugada),
solté un brinco, tomé una ducha y exclamé frente al espejo:
estoy en él, vivo en él,
dormí suavemente, con voluntad.
Esta es mi lógica interna:
suicidarme se ha convertido en mi divertimiento, mi
[
vocación:
hace días, tomé quince fármacos y lo llamé para decirle
que era la única forma de lograr que me atendiera.

Así soy yo (manipuladora):
invento nombres de ciudades, no porque signifiquen, sino
para darle un ritmo al poema.
Vamos Jessy Jones a Bridge Town, Cinamon City, Orson Gate,
allí donde la rabia cede y yo voy con botas, un abrigo y un
blue jean a un café citadino. En él, varios poetas se interesan
por el suicidio como una elección personal de la muerte.
Esos bares, paradójicamente, son tremendamente insomnes,
insuflados de vida.
En definitiva, nadie es capaz de decidirse.

Dime Jessy Jones,
¿no crees que mi odio sea analizable?

Por favor, culpa al contexto,
rompe el límite.

Así es mi rabia:
me persigue, me hace ir del vértice del bien al mal.
Odio,
manipulo,
me autodigo puta loca, loca puta,
llamo y cuelgo,
cuando desaparece
digo gracias.

Dime Jessy Jones,
¿no crees que los verdaderos limitados son los médicos?

Este poema tiene su historia secreta:
nace de un sueño
muy personal,
un sueño-libro.
Trama, desenlace, paradoja
concluye (como nunca me suele ocurrir).
¿Eras tú, Jessy Jones, quien me decía que llevara más dinero [al colegio?
De niña desarrollé una gran habilidad para robarlo de mis
compañeritas.
Colegio, casa, parque.
¿Eras tú, Jessy Jones, o el espectro de la rabia, o del amor,
o de la madre?

Ella:
buscó amor en los conciliábulos médicos,
intercambió roles, rompió los límites para idear una relación
formal amorosa imposible.

Ella:
no tiene criterio de realidad,
desea más allá de lo deseado,
no tolera las frustraciones.

Ella:
se enamoró primero de su jefe (lugar común),
la apedrearon por loca,
ese fue el antecedente de la primera consulta
deprimida.
Ellos levantaron el telón,
el síntoma: su fracaso para realizar la expectativa.

Ella no tolera que le nieguen algo,
le dieron un mundo de confort, mármol y oro,
forma berrinches,
tira las puertas,
odia que la ignoren,
aunque a veces busca brillar por su ausencia y cuando
se suicida
olvida que no hay nada más olvidado que un muerto.
La gente, comentaba Chaplin, me pregunta cómo se me [ocurren
las ideas. Ellas nacen de un deseo incesante de tenerlas.

Tú eres la palabra:
mientras más me rechaza más la busco,
cuando la encuentro, puede que me acaricie o me maltrate,
se queda por tan sólo un instante, y luego se va con otra.
Tú eres la palabra:
me apedreas por grosera,
te saco provecho literario,
te quiero joder.



Sería fatal decir

que el tiempo lo dirá,
el tiempo es mudo
como tus cosas
que no me hablan.


*


Ese poeta que me mira.
Todas las noches,
sale de clase,
dilucida un verso,
espanta las moscas del bebedero,
bebe un sorbo,
sacude su blue jean.
Y lo sigue haciendo, siempre
triste,
lacónico.
A veces
el público lo aplaude,
él sólo merodea en su bolsillo,
hunde su frente en el palco
mientras yo pienso:
Él
y la página en blanco.

*

La calle está llena
y hay una mujer
que en el fondo de su cuarto
llora sola.

Ama a un hombre
que escribe teorías.

Recuerda el día
lleno de adioses últimos.

Es de noche,
y afuera
me llueve.

Porque es viernes,
diciembre
y te vas.



Estos poemas han sido tomados de la obra Oraciones para un dios ausente (1ª edición, 1995), publicada por Monte Ávila Editores Latinoamericana.

Agradecemos a Monte Ávila por habernos permitido reproducirlos en Zona Moebius.


Martha Kornblith
(Lima, 1959 - Caracas, 1997)
 
in memoriam Martha Kornblith

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