Mientras tanto y por si acaso
Roberto Hernández Montoya

 

Estos son algunos textos de un disco clandestino y formidable hecho hace más de diez años por José Ignacio Cabrujas y Juan Carlos Núñez. Lamentablemente no puedo transcribirles la música, que es luminosa. Se trata de un homenaje a Caracas. El disco es clandestino porque fue publicado por una empresa de ingeniería, Tecnoconsult, como obsequio de fin de año y circuló apenas entre amigos y personas tal vez indiferentes a estas cosas, es decir, caraqueños. Los textos fueron escritos por Cabrujas y leídos por la voz que tenía entonces, una de las más bellas del mundo.

El primero y el último textos están dedicados a Caracas ¿Puede decirse algo más preciso y resplandeciente sobre esta ciudad? El segundo, al que inauguró en Caracas el exhibicionismo sexual, en tiempos que el recuerdo desdibuja en un vaho primordial. Creo que en cada ciudad de Venezuela hubo alguien así. Cuentan mis mayores que en Valencia había un tal Encamisonado y un tal Sobador. Uno andaba vestido de mujer, rascabucheando damiselas atolondradas, y el otro, vestido de varón, en lo mismo. El tercero está dedicado a la Iluminada de Sarria, de donde es, casualmente, Juan Carlos, que es, me parece modestamente, el mejor compositor de música académica viviente. Espero que las palabras se defiendan solas, pues sin la música y la voz pudieran, me temo, lucir pálidas por este medio.

26-2-94


Conviene recordar a veces que se trata de un valle y de unas gentes, y de un lugar de paso. Que nadie vino a quedarse demasiado porque todos los carteles que medían la distancia hablaban de exilio y mientras tanto. Que las casas se entendían en los planos con esa facilidad de los cuadrados. Que no hubo un ser con imaginación de triángulo. Que fue un lugar de obstinados terremotos. Que Catedral fue un por decir y no una torre. Que eran hombres de prisa, y que cualquier constancia partió de una derrota. Conviene recordar que fue ciudad de locos al Norte de una empresa. Que entrar en ella era bajar de la montaña, y que todo iba a ser mejor mañana. Que una cosa antes de ser se parecía. Así la gente, así la música. Así esta historia. Siempre al Norte, mientras tanto y por si acaso.

*

Demonio imprescindible, súcubo silente, nunca descubrimos tu conjuro, porque la ciudad practicó contigo el ateísmo. Y así carecías de nombre y así eras y no eras. Mitad de resueños de locuaces trasnochados, murciélago nudista a veinte años de la invención del psicoanálisis.
Como consta en la declaración de Aura Celina, ante cinco comisarios estragados, se te suponía un negro alto, envuelto en tafetán oscuro, sin nada abajo, que no fuera aquel recio promontorio erguido, por el cual ocupas un prontuario en la 'M' de Murciélago Maldito, mostrándose a miradas de mujeres de magnética malicia maltratada.
Sigilo ensombrecido, sobador mañoso, descorrías tus pudendas y escapabas con humildad de organista vespertino, sin otra recompensa que un asombro de bulto imaginado.
Pedagogo fugaz, pintor de espaldas, mostrabas simplemente tu teoría con la confianza de un acto inspirativo y después te esfumabas traducido en vaho, en humareda inquieta, en persistente azufre, dejando una inquietud municipal y espesa, de vampiro guasón, de soñador lascivo.
Y hoy en las cloacas del Infierno recapacitas sobre tu asombrosa vida, mesmerista ocasional de mi parroquia, y recoges tu verdad en la entrepierna, y te encuentras, después de todo, generoso.

*

Toda esta gente al comenzar la madrugada en el camino de Sarría. Traigan velas, traigan flores. Y envuelvan el dinero en el pañuelo. Ella estaba allí, en el patio, sobre una silla de mimbre. Expuesta a medio vivir de iluminada, como si la próxima respiración fuera boqueo y terminara en muerte. Y entonces Alesia Camacho, por ejemplo, explicaba el pasmo de Yajaira Josefina, que no le creció el pecho y se quedó combada, que era lacia, que era hija de mal paso, que torcía, que bizqueaba y se iba del mundo a cada instante, señora iluminada. Y ella, transparente, pronunciaba una virtud. Virgen del Carmen, clave oculta, oráculo gastado. Virgen del Carmen, Alesia, y tu sabías que era vela de cera, húmeda sábila, diagnóstico feliz, tras aquel evangelio pálido que te miraba desde la silla de mimbre, señora iluminada.
Entonces ¿quiénes somos? Por eso estuvo muy mal hecho lo de la policía, cuando entra en tu casa un miércoles a las 6 de la mañana, sin precisa autorización de alguna instancia, y se lleva tu augusta persona acusada de bruja cuando apenas eras un sonido, cuando Casto López te hablaba de la ciática, cuando Andrés Benítez vislumbraba el final de un pagaré confuso, cuando María Luisa la del 12 reclamaba la ausencia de un vecino, cuando Eloísa Ceballos solicitaba un último conjuro.
Toda esta gente al comenzar la madrugada en el camino de Sarría.
Entonces, ¿quiénes somos?

*

Y nos quedaremos aquí, pensando en el por fin de los caraqueños. Por fin los once barcos de la piratería inglesa. Por fin los tormentos del obispo loco. Por fin el Tiñoso y sus presagios. Por fin nosotros, gente de 11 en las paredes de la Catedral, murmurando que fundamos una ciudad sin rincones conocidos, sin memoria y sin asombro. La fundamos y una hora más tarde extraviamos el acta en la casa del notario y entendimos que era necesario fundarla tantas veces como fuera necesario, para que nadie pudiera conocerla. Ni siquiera nosotros mismos, sus habitantes.


Mensaje encontrado en el archivo del newsgroup soc.culture.venezuela. Publicado en Zona Moebius con la autorización de R.H.M.


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