Los enemigos de la globalización
Iria Puyosa

Aquel lunes, a las 9:00 a.m., los teléfonos y los teletipos estaban inusualmente activos: la gasolina estaba incendiando el país. La policía no había podido controlar los disturbios contra el aumento del pasaje que se produjeron en la mañana y era incapaz de controlar los saqueos que comenzaron en la tarde. El Ejército salió a la calle. Suspendieron las garantías constitucionales. Terminaba la fiesta. Trajeron diez mil soldados del interior; en su mayoría reclutas que no conocían la ciudad y estaban atemorizados por la tarea represiva que les habían encargado. Entre el 28 de febrero y el 3 de marzo, oficialmente hubo 277 muertos; las organizaciones de defensa de los derechos humanos registran casi 400 víctimas.
Aquel 27F, los venezolanos tuvimos una lección indeleble sobre lo que significaba el ajuste de shock. Hasta ese día el Fondo Monetario Internacional había sido un ente lejano; sus políticas habían sido recetas económicas más o menos abstractas que afectaban a otros países suramericanos. Habíamos visto en la televisión los saqueos en Rosario y las pobladas en Río de Janeiro; habíamos visto la marcha por la vida de los mineros bolivianos hacia La Paz. No era un secreto que el gabinete económico del recién electo presidente Pérez había estado discutiendo políticas con el FMI, desde octubre de 1988, casi dos meses antes de las elecciones. No obstante, la mayoría de los venezolanos no estábamos preparados para lo iba a significar el ajuste de shock. Ni podíamos calcular las consecuencias sociales y políticas del ajuste.
Caracas fue el primer gran sacudón. Pero no fue el único.
En Argentina, Alfonsín había recibido de la dictadura militar una herencia difícil de manejar: tasa negativa de crecimiento, inflación creciendo a un ritmo del 20% mensual, deuda externa sobre los 40 mil millones de dólares y el desempleo de 7% de la población activa. A su arribo a la presidencia, Alfonsín había rechazado el acuerdo con el FMI. Menos de un año después se rendía, al pactar un ajuste gradualista a cambio de un crédito de contingencia (stand-by) de parte del FMI. El plan Austral, básicamente un paquete anti-inflacionario, dio buenos resultados en el corto plazo, pero no era sostenible a mediano plazo debido a sus efectos recesivos. Para agravar la situación la Confederación General del Trabajo (CGT), no le daba tregua al gobierno, en parte por defender los salarios de los trabajadores argentinos y en parte por defender la agenda opositora peronista. El plan Austral fracasó y vino el "australito". A cambio de otro crédito de contingencia, el FMI impuso el shock. La recesión fue aún mayor. Aún forzado a seguir los consejos del FMI, el gobierno de Alfonsín lanzó el plan Primavera. En diciembre del 1988, se levantaron los carapintadas del coronel Seineldín. En enero de 1989 fue el alzamiento de La Tablada. El Plan Primavera fracasó por el alza incontrolada de las tasas de interés, la devaluación del austral y el agotamiento de las reservas del Banco Central para intentar sostener a la moneda argentina frente al dólar. En mayo de 1989, los radicales perdieron las elecciones frente al peronismo. El 26 de mayo de 1989, se produjo el estallido social en Rosario, que se extendió rápidamente a las principales ciudades de Argentina. Protestas contra la hiperinflación y el desabastecimiento desembocaron en saqueos de establecimientos comerciales. La experiencia represiva debida a la reciente dictadura, permitió que los saqueos fueran controlados con relativa rapidez. Entre el 26 y el 29 de mayo se registraron oficialmente 14 muertos; datos extraoficiales indican que fueron un poco más de veinte. Como consecuencia de los sucesos de Rosario, el presidente Raúl Alfonsín declaró el estado de sitio; el 12 de junio anunció el traspaso anticipado de la presidencia a Carlos Menem.
Para ese momento, los latinoamericanos ya habíamos aprendido lo que era el Fondo Monetario Internacional. También cuales eran los resultados económicos, políticos y sociales de un ajuste de shock.

La receta del FMI

El Fondo Monetario Internacional ha actuado en Latinoamérica como una especie de chapucero shaman con una sola receta para todos los males. La típica receta fondomonetarista incluye: reducción del déficit fiscal, control de la inflación, eliminación de los subsidios a energía y alimentos, privatización de las empresas públicas, incremento de impuestos al consumo y reducción de impuestos a la propiedad, incremento en las tasas de interés, liberalización de aranceles comerciales y apertura financiera.
Los efectos positivos para las economías del control del déficit fiscal y de la inflación son innegables. El problema se produce cuando la política económica se concentra en estas variables, sin atender el fomento de la producción y el empleo. En algunas ocasiones, los gobiernos deben ejecutar presupuestos deficitarios como vía para reactivar los mercados internos y minimizar el desempleo. El fundamentalismo del FMI desecha esta alternativa, que es considerada la más saludable por la mayoría de los economistas fuera del Fondo, incluyendo a los del Banco Mundial.
Si bien las políticas anti-inflacionarias traen beneficios en el corto plazo en países afectados por hiperinflación tal como era el caso de Argentina, Brasil y Perú a mediados de los ´80, no pueden ser sostenidas durante largo tiempo debido a sus efectos recesivos. Peor aún, la aplicación de medidas anti-inflacionarias en países en donde la inflación no es un problema grave genera mayores desequilibrios de los que se trataba de solventar. En 1988, Venezuela había registrado una tasa de inflación de 35.5%, la segunda más alta de su historia hasta el momento, pero no lo que los economistas consideran una tasa de hiperinflación. El paquete de shock de 1989 tuvo entre sus resultados el aumento de la inflación a 81%. Por presiones políticas y sociales, la ortodoxia fondomonetarista fue abandonada; en los tres años siguientes la inflación retrocedió gradualmente. La crisis bancaria de 1994 volvió a crear presiones inflacionarias en Venezuela. Una vez más, el país se vio forzado a aceptar la receta del FMI, en 1996; ese año la inflación alcanzó la cifra de 103.2%, el máximo registro inflacionario en la historia venezolana. Vistos los números, en el caso Venezuela, la aplicación de la receta anti-inflacionaria del FMI parece estar asociada con mayor inflación en lugar de con una reducción de la misma.
No obstante, también en aquellos países en donde la inflación ha sido un problema grave que la receta del FMI ha logrado aminorar, el shock ha tenido otros efectos económicos negativos. El más resaltante ha sido el desempleo, el cual es un fenómeno característico de las economías que se han "ajustado" a las políticas del FMI. La explicación ofrecida por el Fondo para el desempleo en América Latina, luego de más de una década de ajuste, es que los salarios demandados por los sindicatos son demasiado elevados para la capacidad económica de las empresas. Adicionalmente, el FMI critica la generosidad de los sistemas de seguridad social en Latinoamérica, la cual sería responsable de inflar los costos laborales y uno de los mayores factores generadores de déficit fiscal. Lamentablemente, el FMI no nos explica cómo las economías europeas han logrado mantener su competitividad y sus gobiernos han logrado controlar sus déficits a pesar de que sus sistemas de seguridad social son mucho más generosos que los latinoamericanos. O cómo la economía japonesa se sostiene a pesar de los elevados salarios promedio que pagan sus empresas. Quizás una respuesta alternativa sea que las economías pueden sostener sistemas de seguridad social generosos y elevados salarios cuando son productivas. Y valdría la pena no olvidar que para obtener una economía productiva, los Estados deben invertir en educación técnica y superior, así como en desarrollo de tecnología, tal como demuestra el crecimiento de los países del Sudeste Asiático, particularmente el caso Corea.
El FMI receta el incremento de las tasas de interés como parte de su paquete anti-inflacionario. El resultado normal de esta política es que la producción agrícola e industrial se contrae debido a que las empresas no pueden afrontar los costos de capital. Para tratar de minimizar sus pérdidas las empresas se ven obligadas a incrementar el precio de sus productos y a despedir a sus trabajadores. El desempleo genera un aumento de la demanda de los servicios sociales subsidiados por el Estado. Pero el gobierno no se encuentra en condiciones de satisfacer esas necesidades puesto que sus ingresos por impuestos disminuyen y debiendo mantener bajo control el déficit no tiene recursos para proveer servicios sociales y ni para reacelerar la economía. La recesión se vuelve crónica y en muchos casos se combina con inflación. Entretanto, en los países industrializados, que están en condiciones de negarse a seguir las recomendaciones del FMI, los gobiernos son libres de recortar las tasas de interés para reactivar sus economías, tal como hizo EE. UU. en 2001.
La privatización es otra de las directrices del FMI que no siempre da los resultados esperados. Efectivamente, los estados deberían concentrase en las funciones básicas de administración de justicia, seguridad, educación, salud y saneamiento ambiental, dejando la producción y distribución de bienes y servicios bajo la iniciativa privada. Pero los procesos de privatización acelerados a los cuales se vieron forzados muchos países en América Latina estuvieron plagados de corrupción. Sobran los casos escandalosos: la compra de Aerolíneas Argentinas por parte de Iberia, puede servir de ejemplo. También hay casos de privatizaciones bien manejadas, como la de la telefónica venezolana CANTV, en donde un largo debate político y técnico sobre el necesario marco regulatorio encauzó en una operación cuyo balance ha sido beneficioso para el país. Un caso de estudio especial sería la privatización del sistema de seguridad social argentino, que la mayoría de los economistas fuera del FMI coinciden en señalar como uno de los factores fundamentales del déficit de Argentina entre 1996 y 2000, así como uno de los elementos que condujo al incumplimiento de los pagos externos por parte del país sureño.
La eliminación de barreras al comercio internacional es otro de los elementos básicos de los programas del FMI. La teoría indica que al aumentar los potenciales oferentes en un mercado, los precios descienden y la calidad de los productos aumenta, lo cual va en beneficio directo de los consumidores. Asimismo, el auge del comercio internacional sirve de motor para la producción agrícola, minera e industrial, lo cual generaría empleo y aumentaría la base impositiva con que pueden contar los gobiernos. Debido a las desigualdades en el GATT, en la práctica los citados beneficios son para los países industrializados mientras que en los países sub-desarrollados se desmantelan los parques industriales, disminuye la rentabilidad de la producción de materias primas y desciende la capacidad de generar empleo. Es esta realidad y no el izquierdismo lo que explica la oposición al ALCA, en la mayor parte de Latinoamérica. No obstante, en lugar de cerrar sus mercados, la opción que puede generar mayor beneficio para América Latina es abrir mercados selectiva y gradualmente como lo han hecho China y Corea, países que han propuesto para su apertura reglas diferentes a las establecidas por el consenso de Washington y han logrado una integración exitosa al mercado global.

Como se desploman las economías

El FMI fue creado precisamente para salvaguardar la estabilidad de la economía mundial, promoviendo el crecimiento e impidiendo que las crisis cíclicas del capitalismo hicieran colapsar las economías nacionales. Dada esta misión, una de sus principales tareas debería ser identificar los factores que generan crisis económicas y prevenir su ocurrencia. Según el premio Nobel, Joseph Stiglitz, la liberalización de los mercados de capitales es el factor más importante en la generación de crisis económicas en los países en vías de desarrollo. Paradójicamente, el FMI recomienda la apertura de los mercados financieros al capital internacional. La presunción de los directores del Fondo es que estos capitales servirán para financiar el crecimiento económico, mediante su inversión en actividades productivas, en la industria y en la agricultura.
Stiglitz explica que los capitales internacionales son atraídos por los países que se encuentran en auge económico; en este caso los países en realidad no necesitan una nueva inyección de capital y estos sólo constituyen una presión inflacionaria adicional. Por el contrario, cuando aparecen ligeros síntomas de recesión estos capitales "vuelan" fuera de los países receptores. La salida de los capitales especulativos al iniciarse períodos de recesión en los países sub-desarrollados comúnmente provoca el gasto de reservas internacionales y constituye una presión hacia la devaluación de las monedas nacionales. En el caso de países aquejados por un gran endeudamiento externo es probable que se produzca un aumento drástico en el servicio de la deuda o, peor aún, un incumplimiento de pagos.
Esto fue lo que ocurrió en México en 1995, cuando cayó el peso frente al dólar y se produjo una fuerte fuga de capitales. El "efecto tequila" repercutió en Centroamérica, Brasil y Argentina, así como en otros de los llamados mercados emergentes. La misma situación se produjo en Tailandia en 1997, con lo que se inició la crisis del Sudeste Asiático, que arrastró a la recesión a la mayor parte del mundo. En 1999, ocurrió el mismo fenómeno en Rusia. El último episodio se registró en 2001, cuando Argentina se vio obligada a incumplir sus pagos de deuda, sin que el FMI le proporcionara un préstamo de rescate como se había hecho para atender la crisis rusa. Los efectos de la caída de Argentina, aún se sienten no solamente en ese país sino también en Brasil y Uruguay, si bien el Fondo ha acordado préstamos para impedir que estos países también incumplan sus pagos con la banca norteamericana, lo que podría contagiar la crisis a la aún debilitada economía de EE. UU.

La ruptura del consenso social

En la experiencia latinoamericana, como consecuencia de los planes de ajuste, se ha producido un proceso continuo de empobrecimiento que ha generado la ruptura del consenso social. El hecho es que las economías latinoamericanas (con la excepción de Chile, Bolivia y quizás de México, si descontamos el aumento de la desigualdad social) han empeorado desde que nuestros países comenzaron a seguir las recetas del FMI, apremiados por la crisis de la deuda externa, que como es bien sabido tuvo su origen en el déficit fiscal de EE. UU. al inicio de la era Reagan.
Actualmente, Venezuela y Argentina lucen como los ejemplos más patentes de los efectos de una década de empobrecimiento económico: incremento de la violencia urbana, aumento de las desigualdades entre las clases sociales y radicalización política. En 2001, la economía de Argentina volvió a colapsar. El programa neoliberal del "niño del póster" del FMI, había fracasado totalmente. El Fondo no dudó en abandonar a Cavallo y a Argentina. El 21 de diciembre, el presidente De La Rúa se vio forzado a renunciar, presionado por una situación económica insostenible y por las protestas masivas. Quince meses después la situación política en Argentina continúa siendo inestable. La situación económica, una de las más precarias de América Latina, se caracteriza por cifras elevadas de desempleo e informalización de la economía hasta el punto del retorno al trueque.
En Venezuela, las secuelas políticas y sociales del shock de 1989 generaron las condiciones para el ascenso del chavismo. Actualmente, Venezuela sufre una grave crisis de gobernabilidad, la violencia urbana se ha extendido, la sociedad está escindida y han surgido tendencias fascistas anteriormente desconocidas en el país. A pesar de los altos precios en el mercado petrolero, la economía venezolana está experimentando una caída estimada en 10% del PIB, fuga de capitales y devaluación. La Tesorería Nacional está en bancarrota y el riesgo político ha dejado al país sin acceso a nuevos créditos externos, lo que hace probable el escenario del incumplimiento de los pagos de la deuda externa. Técnicamente, en esta ocasión, el FMI no es responsable directo sino la incompetencia administrativa y la intolerancia política del chavismo. Pero, quien haga un análisis de la historia reciente de Venezuela, llegará a la conclusión de que nunca habría existido el chavismo si no hubiese habido en "paquete" del FMI y un 27F en 1989.

¿Quienes son los enemigos de la globalización?

Desde 1999, las grandes reuniones del FMI, la OMC y el foro de Davos, también sirven para convocar a manifestantes contrarios a la globalización provenientes de todas partes del mundo. En 2002, 50 mil personas y 5 mil ONGs participaron en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, bajo el slogan "otro mundo es posible", planteando una visión alternativa de la globalización. Esta visión alternativa ha ido difundiéndose de manera creciente. Aunque no todos los manifestantes anti-globalización en Praga o Washington están preocupados por el agravamiento de la pobreza en el Tercer Mundo, muchos de ellos están preocupados por sus propios empleos y salarios. Lo importante es que los jerarcas de Washington D.C., la élite de Davos y los tecnócratas del Fondo, oyen las consignas de los manifestantes y leen las pancartas, lo que no pasa cuando las manifestaciones ocurren en Los Andes.
La globalización puede ser entendida como la libre circulación de productos, servicios, tecnologías, ideas y talentos entre todos los países del mundo. Mediante la globalización, entendida de esta manera, los sectores de la población mundial que hoy se encuentran excluidos de los beneficios científicos y culturales podrían tener acceso a ellos, a la vez que podrían hacer su contribución al desarrollo de todo el planeta.
La globalización alternativa es un movimiento mundial en pro de la solidaridad, la protección del medio ambiente y la democracia. En el ámbito económico es un movimiento promotor de una distribución más equitativa de la riqueza mundial y de la democratización de las organizaciones económicas internacionales, en especial el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, de las cuales los países del Tercer Mundo somos socios capitalistas.
Este enfoque sobre la globalización podría servir para resarcir los daños políticos y sociales causados por los ajustes de shock forzados por el FMI. Lamentablemente, esta visión de la globalización cuenta con enemigos poderosos. Los manifestantes anti-globalización en Génova y Seattle no son los mayores enemigos de la globalización. Tampoco los excluidos de Latinoamérica. Ni los gobiernos de los países sub-desarrollados. Los enemigos de la globalización son quienes diseñan los planes de ajuste del FMI, los creadores del consenso de Washington, los convidados de honor al Foro de Davos y los especuladores financieros.

Para leer la globalización

El estudio de los problemas generados por la forzada globalización económica promovida por el FMI, reclama un análisis mucho más extenso del que se puede hacer en un espacio como el de Zona Moebius. Para quienes están interesados en comprender los problemas de la globalización económica, les dejamos una breve lista de referencias. Empezar a resolver el problema de la asimetría en el acceso a la información puede ser el primer paso para superar las barreras que obstaculizan el alcance de una globalización equitativa.

  • Joseph Stiglitz. El malestar de la globalización.
  • Hernando De Soto. Los misterios del capital.
  • Noam Chomsky, José García Albea, José L. Gómez Mompart, Antoni Domènech y D. Comas d'Argemir. Los límites de la globalización.
  • Juan José Tamayo Acosta (ed.) Diez palabras clave sobre globalización.
  • Federico Mayor Zaragoza. Los nudos gordianos.
  • Ricardo Hausmann y Liliana Rojas-Suárez. Crisis bancarias en América Latina.

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